El pasado 9 de septiembre, atendiendo a la amable invitación de su director, escribía mi primer artículo en este PERIÓDICO DE ARAGÓN, con el siguiente título: Un armisticio necesario. Intentaba transmitir al lector ideas como estas: «Los españoles, en el momento de decidir el voto, deberíamos dar más valor al pacto como principio básico de la política. Porque no se pueden resolver los problemas más importantes del país actuando desde la izquierda contra la derecha o viceversa». Artículo que acababa así: «Si los políticos de Madrid no saben cómo hacerlo, que se den una vuelta por Aragón. Nos avalan más de 40 años de experiencia».

Han sido innumerables las ocasiones en las que he procurado defender el centro político, no como ideología entendida en su sentido clásico, sino como lugar de encuentro donde confluyan los sectores moderados de las derechas e izquierdas. Con el fin de hacer país, sin enfrentamientos cainitas y procurando construir sin que después, el de turno, se afane por destruir lo hecho por el que le precedió en el gobierno.

En más de 40 artículos, he escrito sobre la importancia de la moderación; de la política entendida como el arte de llegar a acuerdos; de los principios que hicieron posible la Transición; de la necesidad de no hacer de la política una cuestión personal; de las reformas que España necesita; de dar más importancia a las ideas que a las ideologías; de muchos problemas de España y de Aragón pendientes de solución. A esa misión, muchas veces fracasada, he dedicado casi toda mi larga, para algunos larguísima, vida política.

Los más de 40 años de experiencia del Partido Aragonés, no siempre fue bien valorada por los aragoneses. Los resultados electorales son buena prueba de ello, más proclives a aceptar la confrontación ideológica entre derechas e izquierdas que a reconocer los intentos más templados de la permanente búsqueda del acuerdo. Fueron cuatro décadas de pactos, coaliciones electorales y gobierno, acuerdos sobre muchas reivindicaciones y problemas que tuvieron solución y otros que fracasaron estrepitosamente. Un partido que, a la idea de centro, añadía su aragonesismo histórico y que hoy aparece y desaparece como el espectro de Hamlet. ¿El abanico se ha quedado sin clavillo?

Hoy, cuando la cuestión territorial, con todas sus variantes, sufre las tarascadas de los separatistas y de los centralistas, se pone en duda la importancia del Estado de las Autonomías. No se oye, ni se escucha la voz del PAR. Aunque solo fuera para defender el modelo territorial establecido en la Constitución y sin el cual, no existiría ni Aragón como nacionalidad, ni el Partido Aragonés. Ese modelo es el que ha hecho posible el mayor desarrollo económico y social de nuestra tierra, con incuestionable mejora en la calidad de vida de los aragoneses.

Al que siempre se llamó «el partido del agua», que se opuso a los reiterados intentos de trasvase del Ebro desde los albores de la Transición; que hizo posible el Pacto del Agua del 92; que creó el Instituto Aragonés del Agua; que convenció, alternativamente, a los partidos a su derecha e izquierda para que propiciaran políticas del agua en favor de Aragón; que consiguió, después de 30 años, presidir la CHE; que defendió siempre el aprovechamiento del agua en Aragón, que ha supuesto la mejor política contra la despoblación; que hizo posible el proyecto de depuración de aguas más importante de Europa, hoy, el PAR, reduce su presencia en la Comisión del Agua a dos de los 26 vocales. Una comisión modificada y que, me temo, pretenderá cambiar también la política del agua desarrollada siempre por Aragón, desde hace más de cien años. Espero que, además de «estar» en la comisión, seamos capaces de debatir nuestras propuestas con muchos de sus nuevos miembros y pactar la controversia, llegado el caso, como mal menor.

Aunque hablar de autonomía y de agua, no parece estar hoy de moda, el PAR no puede renunciar a las ideas en las que siempre ha creído desde su fundación hace más de 40 años. Son las raíces, no sólo los renuevos, las que hacen fuerte al árbol y garantizan su futuro.

Desde la enorme fortaleza de un árbol bien enraizado, algo que no en todos los casos sucede, el partido debe seguir siendo el que proponga más soluciones imaginativas y plausibles a los actuales problemas de los aragoneses. Sin ideas no hay gestión que valga un comino.