Un reportaje de Marcos Díaz nos informaba ayer domingo en estas mismas páginas acerca de los resultados de la política de integración puesta en marcha a raíz de la crisis de los refugiados sirios. Trágica consecuencia de la guerra en aquel país, que vino a unirse a la endémica crisis migratoria procedente del Magreb y países subsaharianos. España, junto con la mayoría de los países de la Unión Europea, se comprometió a dar asilo e integrar a un número determinado de extranjeros en situación límite. Decisión oportuna y generosa, según unos; tardía y pacata, en la opinión de otros.

Fruto, en cualquier caso, de aquel compromiso, ha devenido la acogida e instalación en tierras aragonesas de unas seis cientas personas procedentes de zonas en conflicto bélico, campos de refugiados o éxodos impulsados por la pobreza y el hambre. Seiscientas razones para creer en la solidaridad, en la humanidad, en el futuro de una convivencia más justa, variada y rica.

Que no será fácil, sin embargo, dados los prejuicios que en parte de nuestra población continúan, por desgracia, manteniendo en vigencia mentalidades y comportamientos excluyentes, incluso racistas. De su erradicación, más allá de la casuística particular, dependerá en buena parte el éxito de las políticas de integración a corto y medio plazo, pues está demostrado que, a largo, funcionan. Medítese, si no, sobre la larga lucha, en España, para la integración de un pueblo gitano que en los años setenta, en los albores de la Transición, vivía hacinado en poblados como el zaragozano de Quinta Julieta y que hoy, pese a las numerosas lagunas que todavía deben subasanarse (desempleo, tráfico de drogas), ha avanzado claramente hacia su normalización en un mucho más amplio entorno social.

En el conjunto de España, con 2.600 personas acogidas, lejos aún del compromiso de integrar a 17.000, destaca por Comunidades la aragonesa, a cuyas principales ciudades han ido llegando sirios, venezolanos, ucranianos y salvadoreños, principalmente. En una primera fase se les empadrona y auxilia en servicios básicos. Una segunda se centra en la integración. Una tercera, en la autonomía. Asociaciones y Fundaciones como Cruz Roja, Cepaim, APIP o Accem Zaragoza están realizando una encomiable labor, de la que muchos nos sentimos orgullosos.