Ya ha ocurrido. Llevábamos temblando una buena temporada con la GM, nuestra Figueruelas del alma (el alma es el PIB), cruzando los dedos cada vez que llegaba un sobre con el logo del rayo sobre le círculo (por cierto, ya toca cambiarlo, un rediseño). Llevábamos en un vilo demasiado tiempo, esperando el mazazo de Alemania. Siempre en ascuas, ahora unos días de fiesta que es un paro, ahora un preaviso, luego un susto, después palabras de esperanza... Este sinvivir, y las cuentas del grupo, y el estado del mundo en general, venían anunciando la tormenta: ha llegado. Ha llegado el sobre tan temido, el fax o el email de Alemania, de la misma metrópoli, el fax con el emblema del rayo sobre el círculo, el rayo que es una gráfica en ascenso... ¿o es en descenso? Seiscientos puestos de trabajo. La hemos amolado. Salen las autoridades a templar los ánimos, pero nadie en sus cabales puede asegurar que este rejón se quede sólo en eso. El mundo está muy borde.

Seiscientos puestos de trabajo, ay copón, y todos corriendo a mirar las edades, pero esta factoría, el orgullo del valle, ha cumplido 22 años, y hay muy poca gente a la que jubilar. La productividad es modélica, ejemplar; la cualificación, óptima; la conflictividad, testimonial. Los autos salen como churros, dos mil al día, dos modelos, santo cielo, eso es una barbaridad (quizá fallan los vendedores, los anuncios...). Pero nos han mandado el fax, el finiquito. El mundo está muy convulso, y aunque digan lo contrario, casi nadie quiere tener empleados muy cualificados: eso queda bien en los folletos, pero a la hora de la verdad sólo se vislumbra el pavor ante los números rojos. Y el miedo es lo peor que hay: el miedo en una cúpula industrial, en un gigante, se transmite inalámbricamente, hasta en la publicidad, y el primero que lo detecta es el propio cliente, el posible cliente. No quiere decirse que éste sea el caso, pero podría ser. ¿Dónde aquellos anuncios de la Opel del 68 que decían "Sólo volar es más divertido"? Se habla mucho del capital humano, pero cuando empieza la desbandada la receta es siempre la misma: que fabriquen otros, externalizar hasta el último suspiro. Ahora nos ha llegado la guillotina a la joya de la corona. Y tememos que a la hora de aplicar los recortes en serio empiecen a pesar los factores políticos.

*Escritor y periodista