En las celebraciones del proyecto interinstitucional Zaragoza 2018 hemos festejado la tradicional fiesta de san Juan en su dimensión más importante: el encuentro de los hombres y mujeres con la naturaleza en la que viven. Y lo hemos hecho, desde la realidad de considerar clave la contribución del sector ganadero al desarrollo sostenible, recuperando la memoria de ese ganado que atravesaba la ciudad con el derecho que le daban privilegios y leyes. Después de una década, las ovejas volvieron al puente de Piedra que tantas veces las contempló subiendo a los pastos pirenaicos o retornando a los pastos de invierno del valle, por un camino que siempre ha sido suyo porque nadie podía alterar la voluntad real y el consenso social de respetarles sus caminos: las cabañeras.

Fue un recorrido lleno de imágenes para los mayores y de alegrías para los pequeños, iniciado en el Balcón de San Lázaro con la estupenda recreación -por Gozarte- del momento cuando el rey Jaime I creaba el Justicia de Casa de Ganaderos, con autoridad en todo el reino, y reconocía la importancia de la ganadería que fue el motor de la expansión del reino aragonés. La escena tenía ochocientos años y como protagonista a la ciudad de Zaragoza que fue el centro de la actividad ganadera del reino, con esa cofradía de San Simón y San Judas que permitía poner en marcha negocios como el de la lana, industrias como los telares, la producción de carne o de pergaminos, o la leche… Al calor del ejemplo de Zaragoza los pueblos crearon ligallos de ganaderos y pastores -como el de Ejea que tenía por patrón a santo Domingo-, los valles pirenaicos formaron asambleas pastoriles, las ciudades cofradías -como la de Albarracín, Tarazona o la importante de Tauste entre otras-, y el reino se dio dos magistrados -el Justicia de Casa Ganaderos y el Guardián de las Cabañas de Teruel- que controlaron la trashumancia organizada tras la conquista de Teruel en 1170 y frenaron las agresiones del poder señorial y los desmanes del bandidaje.

Apostamos por la recuperación del pasado como acicate para construir el futuro, para consolidar nuestra identidad como zaragozanos que debemos sentirnos muy orgullosos de conservar viva la industria más antigua de España y una de las cinco más viejas de Europa, tal como señaló el propio rey Felipe VI el día de la celebración del VIII Centenario de la Casa. Es una razón más para defender nuestra condición de pueblo con mucha más historia que algunos que reclaman derechos que no tienen, amparados en la incultura de aquellos que hablan de nacionalidades históricas con la frivolidad del ignorante.

CELEBRAR los 800 años de Casa Ganaderos de Zaragoza es constatar que se han sabido hacer las cosas, que vamos a demostrar que sabemos mantener lo que merece la pena y que -desde el conocimiento de nuestro pasado- nos planteamos el mejor futuro que podamos construir con nuestro patrimonio cultural y natural. Para ello necesitamos recordar que la ganadería es clave, desde su papel histórico de mantener el monte para evitar los incendios hasta su papel de servicio al mantenimiento de importantes necesidades básicas de la sociedad. La memoria de todo ello la custodia y muy bien la Fundación Casa de Ganaderos, a cuya junta fundadora tuve el honor de pertenecer en 1988, con el meritorio e impecable trabajo de su director y archivero el profesor Armando Serrano.

Y en este archivo, para el doctor Canellas «uno de los archivos más celosamente custodiados en Aragón», se guardan miles de documentos entre los que les elijo uno, que no es un privilegio real pero habla de la realidad de los privilegios. Vamos a junio de 1886, cuando el concejo de Zaragoza manda un escrito al director de la empresa de tranvías ordenándole que paren sus coches cuando se encuentren con un rebaño de ganado, para evitar el atropello de algunas reses que se había producido aunque, en palabras del ayuntamiento, iban por donde debían de ir porque «los dos tranvías que hoy funcionan en la ciudad» se han colocado «sobre terrenos que forman parte de las cabañeras generales» que vienen desde Valencia y del Bajo Aragón.

LA CIUDAD reconocía «el preferente derecho que por su antigüedad sobre los tranvías tiene la ganadería para hacer libremente uso de estos caminos pecuarios, porque es también de todo punto imposible aun cuando sea mucha la diligencia y celo de los pastores, que estos lleven perfectamente recogidas las reses que custodian en el reducido espacio que para su tránsito se deja en los costados de la vía»… Por ello, los coches del tranvía se pararían ante los ganados que viajan por sus caminos cabañeros porque la historia y el sentido común les había concedido «el preferente derecho» de no ser arrollados por el progreso.

Como ven, es un buen ejemplo para reflexionar sobre la importancia de mantener y proteger las cosas verdaderamente importantes. Sobre todo la ganadería que garantiza la seguridad alimentaria a los más vulnerables y permite conseguir con sus micronutrientes la salud mental y física en el desarrollo de las nuevas generaciones.

Allá arriba en Hecho, el joven Casajús dice que «vivir del ganado es duro, pero solo mirar el paisaje me llena». Aquí abajo, al paso por el puente de Piedra las gentes del hoy se encuentran con su identidad, con su importante legado, con su profunda capacidad de construir el progreso.

*Presidente de la Academia y Coordinador general del proyecto Zaragoza 2018