Su nombre, Emérita, 'Eme'. Una de esas heroínas anónimas que años atrás se dejaron la piel para eliminar barreras, para intentar borrar de un plumazo la desigualdad entre hombres y mujeres. Incansable, como todas las de su edad. Trabajadora. Luchadora. Enérgica. Con una fuerza indescriptible. Capaz de llevar la casa, la familia y el trabajo al mismo tiempo aún sabiendo que la recompensa de la sociedad era inapreciable incluso a vista de microscopio.

Eme. Una de tantas y tantas mujeres a las que nunca le salían las cuentas. Por más que trabajara, por más horas que le echara, por más dedicación que le pusiera, nunca cobraba lo mismo que el hombre. Nunca. La desigualdad de género la discriminaba en los años 60, y lo sigue haciendo hoy en día: una mujer tiene que trabajar 84 días más que un hombre para conseguir el mismo salario, --teniendo los dos el mismo puesto-- según un informe de UGT.

POR CADA euro que él gana, ella recibe 77 céntimos. Cuando él cobra 25.667 euros, ella 19.767. Cuando él recibe 804 euros mensuales por un contrato a tiempo parcial, ella 85 euros menos. Son datos oficiales. Desigualdad por abajo y por arriba: sólo hay un 15% de mujeres en los consejos de administración de las grandes empresas españolas. Señal inequívoca de que algo falla. Esto en casa, fuera las cosas están aún peor. Siete de cada diez personas pobres en el mundo son mujeres, otro síntoma de la enorme desigualdad que hay entre hombres y mujeres en el planeta. La educación, el trabajo y el dinero son sólo para los hombres en países como Afganistán, Yemen, Pakistán o Somalia. Allí, las violaciones, el alto índice de mortalidad al dar a luz, el nulo acceso a la educación y los matrimonios forzados convierten a ese país en uno de los peores lugares del mundo para ser mujer.

Aquí, afortunadamente, las cosas están a años luz. Pero las cifras siguen mostrando que hay discriminación, y hay que erradicarla. Más de un millón de mujeres españolas sufre actualmente las consecuencias de las discriminaciones soportadas a lo largo de la vida, de tantos y tantos años de trabajo sin recompensa. El ejemplo lo encontramos en las pensiones contributivas: las mujeres se sitúan en las cuantías más bajas, con una media de 440 euros al mes, la mitad que los hombres.

Queda mucho por hacer. ¿A qué esperamos para acabar con esta desigualdad?

Periodista