Las noches electorales ya no son las de antes. Los que salían eufóricos en el balcón de sus sedes habían ganado, y el resto no tardaban mucho en felicitarles. Pero ahora ya nada es lo que parece, y los que quedan terceros lo celebran de un modo hiperbólico y el ganador se queda paralizado ante la victoria.

La noche del 28 de abril quedó claro que el PSOE había ganado, y que la suma de la izquierda con los apoyos de algunos nacionalistas permitía un gobierno de continuidad como el que se sustentó en la moción de censura. Es más, el resultado electoral fue una ratificación de esa decisión atacada por la oposición de manera especialmente feroz en campaña, uniendo a los partidos de derecha y extrema derecha en un bloque homogéneo con una única consigna, «el antisanchismo». Y esa estrategia perdió sin paliativos, ni juntos sumaban y el segundo partido quedó a 57 escaños del primero.

En abril, pareció que la respuesta ciudadana movilizándose con el índice de participación más alto en los últimos 15 años, casi un 6% más que en las anteriores (un 14% más en Cataluña), indicaba que no queríamos ser gobernados por la ultraderecha y que la política de distensión y diálogo del Gobierno era un camino por el que seguir. Pues lamento comunicarles que tenemos los canales de comunicación averiados entre los partidos políticos y nosotros, porque no sé en qué momento, todo este relato que parecía dotado de una cierta coherencia se rompió.

Y PSOE y Podemos no logran acordar un gobierno, ni de colaboración, ni de dignidad. Pero si hasta la rara avis que supone en la política española el PNV no pone objeción a la composición del Consejo de Ministros, solo espera negociar un programa y no llegar a repetir elecciones. ¿Qué le pasa al resto? Tienen la obligación de superar la desconfianza, las ambiciones personales, la historia pasada y arriesgarse en la formación de gobierno. Dejémonos de modificar formulas que necesitan las 3/5 partes del Congreso, cuando la dificultad es conseguir más síes que noes. No quiero un ejecutivo que represente solo al 28% de la población, si no uno que sume el mayor apoyo posible. Prefiero la cultura del acuerdo a la de la victoria.

¿Qué es lo peor que puede pasar? Que fracase y volvamos a elecciones. No nos sorprenderá, tenemos ya el hábito conformado, pero ¿y si sale bien?

*Politóloga