Aunque en el momento de pronunciar sus ya famosas palabras yo no conocía a Labordeta ni sabía nada de sus posturas políticas (creo que lo descubrí entonces), se me aparece hoy en infinidad de situaciones. La indignación justificada, la expresión de enfado en tan pocas frases y la enmienda a la totalidad del sistema que contenía ese «a la mierda, joder» condensan de forma precisa el estado de ánimo que me provocan muchos momentos del presente. Sí, lo confieso: cada dos por tres me siento poseída por Labordeta y lo mando todo al carajo. Cuando veo que me quieren lavar el cerebro, cuando intentan convencerme de que el negro es blanco y el blanco negro, cuando no dejan hablar como pasaba entonces en el Congreso, cuando mienten sin parar con una cara muy dura, cuando nos toman por imbéciles, cuando manipulan y niegan la injusticia, el sufrimiento y la discriminación, cuando muestran su cinismo con tanto desparpajo. También es verdad que a veces, en vez del exabrupto del aragonés, se me llena la boca de una palabra de mi abuelo: «sinvergüensa». Así, todo junto y pronunciado a la marroquí porque es uno de los castellanismos que le quedaron después de trabajar décadas para los españoles.

Pero el discurso airado de Labordeta es mucho más efectivo para expresar el momento político actual. No veo forma más acertada de transmitir la sensación de hartazgo total que provoca el maltrato al que se somete a los ciudadanos. ‘Cornut i pagar el beure’, que se dice en catalán. Encima que nos insultan cobran de nuestros bolsillos.

Dos imágenes, puestas juntas, constatan la degradación y confirman la tesis de quienes sostienen que vivimos en un sistema donde impera la mediocridad: por un lado Adolfo Suárez padre sentado en su escaño mientras Tejero entra disparando, aguantando el tipo cuando el resto de sus compañeros se escondían. Por otro, la fotografía de hace unos días: Adolfo Suárez hijo sentado de espaldas a la diputada de EH Bildu cuando pronunciaba su discurso. Una diputada tan electa como el hijo el presidente. No se cumple en este caso el refrán castellano de «honra merece quien a los suyos se parece».

Y en fin, el lenguaje inflamado, los insultos, la invocación de las víctimas del terrorismo para justificar la bajeza de unos elegidos que hacen todo menos asumir sus funciones con dignidad y respeto al resto de diputados pero también a la ciudadanía que observa el bochornoso espectáculo. ¿Se imaginan que usted y yo nos giráramos de espaldas al compañero de trabajo que no aguantamos? ¿Se imaginan que todos fuéramos por la vida con esta falta de la más mínima educación? Si así fuera nos pasaríamos la vida de espaldas: en la calle, en el mercado, con los vecinos y en cualquier espacio compartido y común. Si no pudiéramos hablar más que con los que piensan como nosotros, no habría democracia.