No se le puede reprochar al ministro Ábalos que no haya dado explicaciones de su encuentro con la dirigente madurista Delcy Rodríguez en Barajas. Lo único que le ha faltado es que alguna de las versiones tuviera sentido. Pero no están los tiempos como para ponerse quisquillosos.

El ministro de Transportes, Movilidad y Agenda Urbana, un puesto que incluye las mismas competencias que su cargo anterior, ministro de Fomento, no solo se basta y se sobra para hacer su propio Rashomon. Ha tenido otras actuaciones meritorias, como designar a un antiguo asistente consejero de Renfe. Carece de experiencia en el sector, pero no hay que subestimar la frescura que puede aportar. También habría impulsado la sustitución de José Luis González (ingeniero industrial, experto en técnicas energéticas, 20 años al frente del cargo) por José Vicente Berlanga Arona (filósofo, PSOE valenciano) al frente de la agencia encargada del uranio, tras la moción de censura del 2018. Cuando alguien te diga que estudiar Filosofía no tiene salidas, puedes citar este ejemplo. No todo va a ser Sócrates y Nietzsche.

Si las filtraciones han obligado a Ábalos a dar demasiadas explicaciones, el Gobierno no ha dado apenas ninguna sobre la visita de Juan Guaidó, cuyo reconocimiento como presidente encargado impulsó España hace unos meses. Pedro Sánchez había dado un ultimátum a Maduro para que convocara elecciones. Ahora, en esta visita, otros dirigentes, como Macron y Johnson, recibieron a Guaidó; en España lo hizo la ministra de Exteriores en vez del presidente, y lo hizo en un centro cultural. Hay intereses legítimos y contradictorios. Por una parte, el deseo de la democratización de Venezuela y el compromiso con una población sometida a un régimen brutal que ha arruinado el país. Por otro, la presencia en Venezuela de unos 150.000 españoles, de empresas, de presos y detenidos. Pero eso ya se sabía antes; no recibir a Guaidó ahora es incoherente. No ha habido ni derechos humanos ni realpolitik, ni una argumentación sobre cómo conciliarlos: solo negligencia y disimulo. Otras contradicciones son las visiones del Ministerio de Exteriores y Presidencia, y del PSOE y Podemos. Tener a dos expresidentes socialistas en posiciones enfrentadas con respecto a la dictadura da una idea de la medida del desbarajuste.

Otro elemento es la lectura de la política exterior en clave de política interna --y quizá la guerrilla dentro del propio Gobierno--, donde todo se convierte en una guerra por delegación y lo que menos importa es lo que les pase a los venezolanos. El sainete oculta el verdadero absurdo y la farsa camufla la tragedia. H @gascondaniel