La vanidad y la felicidad son incompatibles. Es una frase de la película Las amistades peligrosas. Nos recuerda que las personas somos compatibles. Pero las ideas, creencias, comportamientos y sentimientos, no tanto. Por eso descubrimos fácilmente la incompatibilidad con el prójimo, mientras que nos cuesta encontrar personas compatibles con nosotros.

Como mucho, aceptamos a seres complementarios para que sus polos opuestos no repelan. La declaración de incompatibilidad personal se parece más a una rendición incondicional que a una guerra sin cuartel. El rechazo es tal que ni siquiera hay ganas de victoria sobre la persona repudiada. Ese deseo, de existir, conllevaría coincidencia, aunque fuera para luchar. Y no es el caso. Es la diferencia que existe entre el odio y la incompatibilidad. A su vez, ambos términos son compatibles. Son circunstancias que se dan en las relaciones tóxicas, ya sea en la familia o en el trabajo.

El choque entre personas incompatibles que se odian, y viceversa, es el agujero negro de la humanidad. La incompatibilidad es más natural. No es genética pero se le ve venir de lejos. Seutiliza de excusa para justificar el rechazo y el odio. En la terapia de parejas no suele haber un choque de caracteres, gustos y personalidades, que no se conocieran de antemano. Lo que surge es el fin de la tolerancia y el respeto, en el que el odio utiliza la supuesta incompatibilidad como razón terminal. El trabajo, por desgracia, tiene menos capacidad de elección que la pareja. Podemos prescindir de la reproducción un tiempo. Pero comemos cada día. La angustia laboral lleva a escoger empleos incompatibles con gente a la que se odia. Terrible. Es un problema social que tiene consecuencias psicológicas, pero sin causa de este tipo. El apoyo profesional que nos demandan quienes sufren esto requiere discernir entre rechazo e incompatibilidad, como huida, para evitar afrontar los problemas. Conseguimos así la adaptación y satisfacción de pacientes que se declaran incompatibles con el mundo, por culparse a sí mismos de todo.

La mala política muta los rechazos, o las no afinidades con otros planteamientos, en pura incompatibilidad. Nos podemos entender con los contrarios, pero con los incompatibles es imposible, por principio, dialogar. Trump es incompatible con la derrota, con la salud, con la sensatez y puede que, en el fondo, hasta con la democracia. Así que es difícil que compatibilice el final de su mandato con un traspaso de poderes normalizado.

En España, los Presupuestos Generales del Estado se han convertido en una partida de mus en la que la incompatibilidad de apoyos al gobierno son un órdago de cada declaración política a izquierda y derecha de Sánchez. Lo que incluye a dirigentes de su propio partido.

De hecho algunos de sus apoyos, y todos sus detractores, se esfuerzan en conseguir que otros no se sumen al acuerdo, más que en jugar las bazas propias y rentabilizar sus propuestas. El objetivo no es derrotar al adversario sino incompatibilizarlo.

Esta semana el movimiento naranja se ha agitado en Aragón. Vino un esbafado Rivera para anunciar el apocalipsis zombi del gobierno de coalición. Término que sirve al Pignatelli y a La Moncloa. Su carrera de joven promesa, como jarrón chino estilo Felipe González, promete. Lo hace el mismo día que Inés Arrimadas echa una mano en el Congreso y Daniel Pérez hace una pedida en el Pignatelli. Parece que a Don Albert le hace más caso Jorge Azcón, quien se entrevistó con él en su calidad maña de pretor casadista. Solamente las SS de Ciudadanos en Aragón, Sara Fernández y Susana Gaspar, se hicieron visibles en la presentación de su libro. Lambán se ha sumado esta semana al juego de las sillas incompatibles, al suspirar por un acuerdo de Sánchez con los naranjas.

El ministro de Transportes le ha respondido con una abalostiatras recordarle al ejeano que gobierna con Podemos en su cuatripartito. Si gestionara tan bien su posición en la izquierda y en el PSOE, como su gobierno y los apoyos presupuestarios, ningún gallo le cantaría. Nadie es perfecto.

En Zaragoza, Azcón ha demostrado que consigue camuflar su historia política con la realidad. Una sentencia ha condenado al gobierno de Aragón a abonar la deuda del tranvía a la capital. Quien no quiso pagar fue la entonces presidenta popular, Luisa Fernanda Rudi.

Y quienes firmaron el convenio de colaboración, por la parte municipal, fueron el alcalde socialista, Juan Alberto Belloch y su consejera, Carmen Dueso. Era el año 2013 y entonces un joven concejal del PP, Jorge Azcón, no se mostró tan entusiasta para que la ciudad cobrara. La incompatibilidad con la historia solo lleva a la estupidez.

En cambio, con la iluminación navideña el alcalde intenta ocultar las tinieblas de su política. Se gasta 700.000 euros en poner las típicas auroras boreales cesaraugustanas en el centro de la ciudad y alguna estrella fugaz en los barrios. Los hosteleros agradecerán el gesto de iluminar sus negocios cerrados en lugar de ayudarles con ese dinero.

El Real Zaragoza demuestra la incompatibilidad de su director deportivo, Lalo Arantegui, con Víctor Fernández. La filosofía de Lalo Sé, el llamado laloísmo, es aplicable tanto al fútbol como a la vida: «si no cambias la dirección, puedes terminar donde has comenzado».