Los que somos selectivos con nuestro tiempo no podemos estar mañana y tarde delante de una pantalla viendo a Santiago Abascal, o a cualquier otro político que pretenda llegar a la presidencia del Gobierno sin haber ganado unas elecciones o contar con suficientes parlamentarios para instaurar una nueva mayoría. Ninguno de esos casos se daba en la moción de censura presentada por Vox, o más bien un simple ejercicio de propaganda financiada por las instituciones públicas y dirigida a difundir la ideología espectral y el espectro electoral de una ideología que excede en radicalidad al marco democrático.

Sería bueno, para ahorrar tiempo y dinero, que la regulación de instrumentos parlamentarios como las mociones de censura redujese en el futuro su uso, a fin de que, después de la abascalina, no venga la medicina de Rufián o la de algún otro curandero milagroso a pretender curarnos del paro, la pobreza y hasta del covid.

Al margen de la inutilidad y de la inoportunidad de la moción de Vox, de su tono anacrónico, como lo es igualmente, al otro extremo, el de buena parte de la izquierda radical, unos y otros anclados en la muerte de Franco, en la guerra civil, en la lucha de clases, lo único que me parece destacable de este placebo parlamentario es la esperanza de que la ultraderecha vaya poco a poco dejando de serlo y acoplándose al marco constitucional. Tal vez, a base de práctica institucional, limen y moderen intolerancias y asperezas, a fin de prestar servicios prácticos a la política española, en lugar de estresarla forzando la maquinaria democrática hasta el límite de su capacidad de combustión.

El Partido Popular, hoy, por ejemplo, autonomista, era, a principios de los noventa, una fuerza muy parecida a lo que representa, lo que es Vox. Sus candidatos no creían en las administraciones territoriales ni en la protección de las lenguas autóctonas, a duras penas transigían con el divorcio y jamás habrían apoyado el matrimonio homosexual, por citar un breve catálogo de sus antiguos dogmas. Pero el PP supo evolucionar hasta ofrecer una imagen más europea y mucho menos extremista. Y no le ha ido nada mal.

¿Cambiará Vox? Ojalá…