He leído no sin asombro las loas a Cayetana Álvarez de Toledo, firmadas por destacados columnistas, incluso por un Premio Nobel de Literatura, sin entender por qué. Unos alababan su nivel intelectual, otros la comparaban con Margaret Thatcher, todos condenaban a Pablo Casado por haberla cesado como portavoz del Partido Popular en el Congreso, prescindiendo, según ellos, de su mejor cabeza. Y no estoy usando inclusivamente el pronombre «ellos», porque entre las alabanzas a Cayetana no se ha sumado una sola firmada por una mujer. «Ellos», o sea, sus admiradores, obedecen a un perfil: varón mayor de 60 años, de ideología conservadora y gustos más conservadores aún. Prototipo, su mentor: José María Aznar. El resto de la humanidad no se ha mostrado particularmente seducida por el supuesto carisma de esta diputada, cuyo fracaso en Barcelona algo habrá tenido que ver con su rancia ideología y prepotente educación. Desde que el PP la promocionó a primera línea, las encuestas le han sido desfavorables. Su cese ha aliviado al sector más abierto del partido, los que defienden un cierto centrismo.

Herida en su orgullo, la exportavoz se ha rebelado contra Casado y se niega a renunciar a su escaño, mostrándose dispuesta a ejercer su libertad, dice ahora, dentro del grupo que viene arropándola y garantizándole la reelección desde hace cuatro legislaturas. Desconocida por el gran público, Cayetana no había destacado por iniciativa alguna, limitándose a firmar soporíferos artículos, pronunciar frases grandilocuentes, la mayoría sin sentido, pero como si fueran citas inmortales, y trabajarse a Acebes, Aznar y otros activos del conservadurismo radical, rebasándolos por la derecha. Tanto, que seguramente Vox vería con buenos ojos su incorporación. En especial, si Abascal ha leído la monografía que Cayetana, en su único libro, ha dedicado al obispo y virrey de Nuevo México Juan de Palafox, uno de esos conquistadores de espada y cruz que a la derechona le empipotan, y al que se le recuerda por un auto de fe en el que hizo a arder a ciento cincuenta herejes.

Por esta vez, sin que sirva de precedente, y temiendo que su abeja reina se le torne mosca tabanera o cojonera, hay que felicitarle, señor Casado.