En cierta ocasión, hace ya unos años, una ama de casa era entrevistada acerca de cómo se organizaba la familia para llevar las cosas cotidianas en una sociedad tan ajetreada y estresante. La entrevistada señalaba que su marido se encargaba de las cosas importantes tales como el calentamiento global, el dialogo norte-sur, la crisis de la socialdemocracia, el conflicto palestino, los refugiados, entre otras. ¿Y en qué se ocupaba ella? En cosas menos importantes tales como el cuidado de los hijos, llevar la casa, las cuentas, ….además de trabajar fuera de casa.

Hoy resulta inaceptable un comentario o una reflexión de estas características que hasta no hace mucho parecía normal. Algo así se produce en el debate y análisis sociopolítico en nuestro país: aceptamos como normal verdaderas anormalidades. Parafraseando a Saramago en su Ensayo sobre la ceguera: estamos ciegos, ciegos que ven, ciegos que viendo, no ven, y así vamos a trompicones, padeciendo malestar y conflictos. Al mismo tiempo, encontramos colectivos, políticos y analistas muy aplicados a los «grandes» temas, los grandes problemas de la humanidad, pero que se acercan muy poco a aquellas cuestiones que afectan de manera directa e inmediata a la vida diaria de las personas y eso a pesar de que, posiblemente, la solución está en sus manos. Está claro: en las cuestiones cercanas es donde aparece el conflicto, y… que lo hagan otros. El diablo está en los detalles que se dice. No se trata de olvidar las grandes cuestiones si no más bien de establecer prioridades y de no ignorar los temas cruciales que afectan a nuestra existencia diaria y de no esconderlos con las hazañas épicas ni con la costumbre de que «siempre ha sido así». Por ejemplo, el 3 de enero en un periódico de tirada nacional venían dos noticias, no por no conocidas, si aparentemente anodinas. Apenas han suscitado controversia pública. La primera hacía referencia al abad del Valle de los Caídos que, como presidente de esa especie de República Independiente, desafiaba al Estado (esa es mi interpretación) a la hora de la posible exhumación del dictador. La segunda noticia eran casi dos páginas hablando del Concordato de la primera época constitucional, 1979, en virtud del cual, amén de recibir ingentes ingresos del Estado, se permiten no pagar impuestos, inmatricular bienes públicos y gozar de otras prebendas, y además, por si fuera poco, la iglesia no lo cumple. Para colmo, la Iglesia en España es la madre de todos los nacionalismos: vasco, catalán y por supuesto español, una fuente de conflictos graves para nuestro país.

¿Y que hacen los partidos y otros colectivos ante esta cuestión? Pues muy poco, por no decir nada, con alguna honrosa y loable excepción. ¿No es este asunto más prioritario que el debate monarquía-república? Nos escandalizamos de los poderes fácticos financieros cuando el Tribunal Supremo da un quiebro difícil de entender desde un punto de vista jurídico y social con el tema de los gastos de las hipotecas pero asumimos con una tranquilidad pasmosa el poder real, no fáctico, de la iglesia. No deja de sorprenderme el olvido de este asunto entre la clase política, los colectivos más activos y los medios.

La segunda cuestión que suscita mi crítica a cierto silencio público se refiere a nuestro injusto sistema electoral. Se trata de un sistema que premia la elección de parlamentarios que al presentarse en unas determinadas circunscripciones, autonómicas básicamente, se les reconoce el porcentaje mínimo sólo ahí, suficiente para tener presencia en el parlamento nacional. En ese parlamento nacional van a tener influencia sobre los asuntos de todos los españoles y lógicamente utilizan su representación para intereses estrechos de los suyos y para el chantaje permanente. Es injusto y además ineficiente para formar gobiernos con capacidad para gobernar. Y para colmo crea desafección hacia el propio país. ¿No es este un tema importante que tiene una solución fácil?

Mientras tanto, para los más nerviosos, se echa el señuelo del debate Monarquía-República, para que se vea lo preocupados que están algunos colectivos por las injusticias que se padecen por la globalización, los recortes, la desigualdad y bla bla bla, como si la República fuera a acabar con esos problemas o fuera a solucionarlos mejor. Lo dicho en otra ocasión: revolucionarios en lo general; reaccionarios en lo concreto. En las cuestiones de género, la sociedad ha dado un cierto vuelco a creencias y prácticas injustas esperemos que también lo haga para estas otras cuestiones que afectan, en mi opinión gravemente, a nuestra convivencia ciudadana.

*Universidad de Zaragoza