El siniestro juego político que se viene celebrando en Cataluña se ha cobrado ya a la mitad de sus jugadores. Uno de cada dos catalanes, en efecto, se abstuvo de dirigirse a las urnas, no fue el pasado domingo a votar. Porque era febrero, dicen unos; debido a la pandemia, argumentaban otros; porque hacía frío, llovía… O, más probablemente, me temo, porque, hartos de la situación y de dirigentes que no les representan, no quisieron ser cómplices de una partida que consideran perdida.

A tenor de la campaña de los principales partidos, esa falta de entusiasmo del electorado no debería asombrar a ningún observador imparcial.

En ningún momento hemos visto proyectada una Cataluña brillante, ambiciosa, rica, pacífica, sino más bien todo lo contrario, una Cataluña sombría, con un futuro conflictivo en lo político, intransigente en lo social, empobrecido en lo económico y cada vez más apresado por la hidra de ese nacionalismo excluyente y totalitario que, a base de sembrar el odio contra el Estado y contra el resto de los españoles, ha envenenado la convivencia en Cataluña, la relación entre sus partidos, entre sus administraciones, familias y empresas.

Ojalá Illa, en su pastueña moderación, logre parar tanta locura, pero mucho me temo que los Puigdemont, Junqueras y el resto de iluminados persistirá en su intento de adueñarse de cuatro provincias y de condicionar la vida y hacienda de sus pobladores a base de medidas (porque van a gobernar, no me cabe duda) cada vez más excluyentes y restrictivas para aquellos que no hablen su lengua ni compartan sus retorcidos mensajes.

Con el tiempo, pero tendrán que pasar unos cuantos años, los propios catalanes se darán cuenta de su error y repudiarán a los actuales secesionistas como en su momento asumieron que el clan Pujol estaba integrado por fueras de la ley o como acaban de dejar al arrogante y supremacista Artur Mas tirado en la cuneta electoral, por no haber alcanzado en votos su tan querida cifra del 3%. Malos tiempos, en fin, para la lírica y la canción catalanas. Universales, hasta hace poco, como sus letras, como su cultura, pero desde hace unos cuantos años cada vez más locales, irrelevantes y vulgares.

Como sus líderes.