Hace unos diez días le oí decir a Iñaki Gabilondo que lo dejaba, que ya no volvería a hacer su análisis diario en la SER, aunque no abandonaba del todo el medio ya que algunos días, anunció, estaría en el mismo programa, a otra hora, y en un formato no tan exigente. Dos fueron las razones aducidas: la edad y la polarización. Respecto de esta última afirmó no poder más, estar agotado y, añadió, que el tono de sus comentarios cada día se avinagraba (creo que utilizó esta palabra) más, lo que le resultaba muy desagradable.

También hizo referencia a la edad, aspecto en el que hoy quiero fijarme. Los lamentables sucesos recientes de asalto al Capitolio de los EEUU nos han hecho poner el foco, más si cabe, en este país. Si comparamos a Gabilondo, de 78 años, con Larry King, veremos que este siguió casi con 80 dirigiendo un informativo de televisión de máxima audiencia y horario estelar. El presidente Biden tiene la misma edad que el periodista español y la presidenta de la Cámara de Representantes y líder de la mayoría demócrata, Nancy Pelosi, ya ha cumplido los 80. Gabilondo afirma sentirse cansado mientras que los dos políticos estadounidenses se sienten con fuerzas para iniciar una etapa de cuatro años agotadora. Parece claro que una cosa es la edad y otra el sentimiento de fortaleza a cierta edad.

Atribuimos a Javier Pradera la paternidad de la teoría de la abuelidad, aunque es más que probable que tenga otros coautores. Este polifacético personaje, ya difunto, tenía fama de gastar un mal genio insoportable. Quienes trabajaron con él y lo sufrieron así lo han atestiguado. Yo solo lo hice una vez, en la edición de uno de mis libros, y no tuve ocasión de comprobarlo. Cuentan que a determinada edad tuvo un cambio notable en su carácter, pasando a ser casi afable. En su entorno comenzaron las especulaciones sobre los motivos de dicha modificación y hubo quienes llegaron a creer que el nacimiento de un nieto podría estar en el origen del milagro. Otros, en cambio, negaron esa posibilidad ya que el niño en cuestión ya tenía unos cuantos años y el beneficio de su existencia se debería haber producido bastante antes. El dilema lo resolvió el joven en cuestión, en el funeral de su abuelo, donde intervino y desarrolló la teoría de la abuelidad, tal como se la había oído a su abuelo. No se trataba de tener nietos ya que no todos los abuelos asumían las bondades de ese hecho biológico. La clave está, dijo el muchacho, en la relación, en la conexión, maravillosa, que se establece entre algunos nietos y sus abuelos. Y cuando se da produce milagros. Te cambia la percepción del mundo y te inocula una energía potentísima. Yo soy ya veterano, mis nietas tienen 8 y 10 años, y puedo dar fe de todo lo dicho. Asumo esa teoría en primera persona.

He sido oyente de los programas de radio en los que ha participado Iñaki Gabilondo. Casi siempre en la SER (el 23-F era jefe de informativos de TVE), la importancia de su trabajo ha sido inmensa y muchos debemos afirmar que nuestras opiniones se han conformado con las suyas. Y se siente cansado, agotado. No creo que sea la edad, yo apuesto más por la situación que hace muy difícil que se puedan emitir análisis que no estén avinagrados. Y en el centro de ese ambiente está la polarización, o sea, la política.

Desde mi abuelidad me voy a permitir hacer dos comentarios positivos sobre el futuro inmediato: EEUU y Cataluña. Al otro lado del Atlántico ya ha habido elecciones y conocemos el resultado. Ha tomado posesión Joe Biden y ha salido Donald Trump. Este hecho, por si solo debería llevarnos al optimismo y no solo a quienes estamos más cerca de los demócratas que de los republicanos. Cualquier ciudadano medianamente racional debe encontrar dos motivos de alegría, la salida de Trump y la llegada de Biden. Sin pegar saltos, sin lanzar las campanas al vuelo, pero con alborozo. Y, en España, hay elecciones en Cataluña, ahora sin fecha concreta, pero no pueden demorarse más allá de unos meses.

A peor no podemos ir. Lo ocurrido en estos últimos años es una pesadilla de la que debemos pasar página, por lo que, en principio, solo cabe una cierta mejoría. Y me gustaría fijarme en una persona, Salvador Illa, al que yo apoyo, aunque no voto en esas elecciones. Habrá quien piense que lo de mi simpatía hacia él se debe a nuestra sintonía ideológica, pero se equivoca. Lo que a mí me gustaría destacar de este candidato va mucho más allá de afinidades políticas. Y creo que hay otros ciudadanos, catalanes en este caso, que coinciden conmigo, así lo dicen las primeras encuestas sobre cabezas de lista. Votantes de otros partidos lo identifican como un posible gobernante aceptable por ellos. El talante, la tranquilidad con la que se expresa, la humildad al aceptar errores cometidos, su sentido de lo común y la necesidad de colaborar en vez de buscar permanentemente la confrontación, todo positivo. Gane o no, nos sitúa en un hipotético futuro más amable, menos avinagrado.