A principios del siglo XX se descubrieron en Burguess Sale (Canadá) 20 extraños fósiles de especies desaparecidas 530 millones de años atrás, con formas extrañísimas y muy variadas, que desafiaban todas las teorías, pues, si bien cada uno de ellos parecía representar un hilo evolutivo distinto, no había más datos ni fósiles que mostraran tal especiación. Del mismo modo, entre el 2011 y el 2019 irrumpieron en la escena política española un partido, Podemos, y un amplio abanico de agrupaciones municipalistas que desafiaron al orden político instituido desde la muerte de Franco y carecían de hilos evolutivos que los explicaran, pues su único antecedente había sido un fenómeno prepolítico ocurrido varios años antes, el 15-M, igual de sorprendente y único, esta vez en el ámbito de los movimientos sociales.

En el caso de los fósiles canadienses, como su existencia supuso un quebradero de cabeza para los expertos, que vieron peligrar con ellos el poder y la ascendencia de sus teorías acerca de la vida, las rarezas fueron abandonadas en un cajón. Del mismo modo, nuestros analistas, da igual cuál sea su filiación teórica o ideológica, terminarán archivando en otro cajón, con sensaciones que irán de la tristeza al alivio, el recuerdo de esos objetos políticos no identificados que durante todos estos años no solo han puesto en cuestión el orden instituido sino también a sus intérpretes.

En 1989, después de 80 años apartados de la vista, Stephen Jay Gould desempolvó los fósiles y elaboró con ellos una teoría según la cual la vida es maravillosa por su capacidad para cambiar a base de sorpresas. Seguro que la propia Vida agradeció con una sonrisa la ocurrencia de una de sus criaturas. Igualmente, los objetos políticos no identificados que hoy mismo pasan al archivo de la Historia deberán esperar en la oscuridad y el olvido la llegada de alguna teoría o simplemente de una opinión que les haga justicia. La vida social y colectiva, que llega mucho más lejos de lo que lo hacen nuestros tristes y empobrecedores órdenes, quizás refleje también con una sonrisa, si llega, ese breve destello de inteligencia. De momento, a falta de teorías que quizás nunca lleguen, solo sabemos que estas y otras anomalías de diferentes épocas y lugares, agrietan y quiebran, a veces hasta romper y aniquilar, los sobrevalorados órdenes sociales y políticos entre los que nuestras conciencias individuales y colectivas se desenvuelven. También sabemos que por los rotos, tomateras y descosidos emergen potencias colectivas que, como el magma incandescente tras asomar por los cráteres, adopta formas caprichosas. Si los magmas surgen como consecuencia de dinámicas interiores imprevisibles que aprovechan las fallas y debilidades internas de una superficie geológica solo un poco mejor conocida, así las potencias colectivas resultan de lógicas imaginarias misteriosas que aprovechan las contradicciones, vacíos y grietas de un orden también conocido de un modo incompleto.

De igual modo que los geólogos aprenden lo que más saben del corazón de nuestro planeta a base de terribles terremotos y devastadoras erupciones, así nosotros podríamos entender algunos de los secretos de la vida colectiva a partir de las anomalías sociales y políticas, algunas vivas, otras extintas y a veces catastróficas. No exactamente para extraer ninguna utilidad, pues siempre fallaremos con esa actitud y es precisamente el eterno fallar lo que merece ser considerado, sino simplemente para saber habitar la infinitud que se esconde tras nuestros precarios y finitos órdenes. En esa posición, no caben el éxtasis ni la depresión, la alegra ni la tristeza. Tan solo una neutralidad o punto medio absoluto en el que se deshacen todos los extremos o matices entre los que habitualmente nos desenvolvemos.

*Profesor de la Universidad de Zaragoza