Uno de los aspectos más singulares de esa ciertamente singular novela que es Achicando fronteras , del escritor zaragozano José Angel Jarne, reside en su nada frecuente técnica. El autor ha aplicado a la elaboración del texto un concepto híbrido entre la información y la narración, un difícil sistema narrativo que, por su heterodoxia, y en manos menos hábiles, debería haber planteado un difícil y escasamente fluido desarrollo, pero que aquí, contra pronóstico, termina funcionando de manera satisfactoria. El mérito, por supuesto, corresponde a Jarne Navalón, un curioso e interesante escritor particularmente dotado para la narración policíaca o criminal.

Achicando fronteras es un libro, una novela, sobre la culpa, sobre la psicología criminal, y también sobre los avances de la ciencia policial, forense, en su afán por combatir los delitos en sus múltiples formas y ofrecer a la sociedad la progresiva esperanza de su interpretación y control.

Jarne dedica los primeros capítulos a introducirnos a su héroe, Carl Steep, un agente del FBI, con vida y pensamiento propio, que acabará operando en el imaginario del lector un tanto como trasunto de aquel sobrio y científico Scott Glenn de El silencio de los corderos . El frío y competente Steep, entre otros objetivos, se ha propuesto elaborar un Manual de Clasificación de Crímenes , un estudio donde las experiencias del pasado y los avances de la criminología y la psicología intercalen sus enunciados teóricos con el estudio de la praxis de casos reales.

Para la elaboración de ese manual, resulta básico condensar los principales axiomas de la psicología criminal. El autor, amenamente, se esfuerza por introducir al lector en el mecanismo de la mente delictiva, cuyas variantes y peculiaridades dificultan cualquier intento de clasificación. ¿Existen asesinos predeterminados, natos, impulsados por su genética o por algún factor psicosomático susceptible de ser aislado y analizado como causa conductista? Esta, como la pena de muerte o la reinserción, es una de las difíciles preguntas a las que este libro intenta proporcionar respuesta. Pero hay otras muchas, y cada una varía en función del sujeto que comete el delito.

La novela, en consecuencia, irá vertebrando sus sucesivos capítulos en torno a algunos de los casos más prototípicos, llamativos, sugerentes o espeluznantes de los años setenta y ochenta. Psicópatas sexuales, asesinos en serie, parricidas, víctimas de crímenes perpetrados por las agencias del contraespionaje norteamericano --que no salen demasiado bien paradas--, más una amplia panoplia de homicidas como surgidos del inframundo del cerebro humano acabarán dibujando una sórdida estampa de la sociedad yanqui, y un oscuro borrón en la idílica pradera del sueño americano.

Al fondo, sin embargo, gracias a la lucha de Steep y sus compañeros de la Unidad de Ciencias de la Conducta de Quantico, brillará siempre la luz de una esperanza: la llama de la razón y de la ciencia deductiva, aliadas en la defensa de la seguridad y la dignidad del hombre de hoy, acechado por otros desde la difusa sombra del mal.

*Escritor y periodista