Una de las cosas más molestas del día a día son los acontecimientos históricos. Si la historia irrumpe en tu vida, suele ser trágico: lo ideal es un aburrimiento francés, como decía Félix Romeo . La aspiración a protagonizar acontecimientos históricos --sin que nos afecten mucho, nunca para mal, pero que confirmen que nuestra vida ha sido una experiencia importante y no un viaje turístico donde no has visitado los lugares más famosos-- produce hastío.

Este tiempo acelerado y un poco histérico coincide con algo que señalaba Josu de Miguel : la desaparición de los rituales. A menudo los que quedan --o se crean, como el Black Friday-- tienen que ver con los tiempos del consumo.

Una parte de la obsesión con el acontecimiento histórico está relacionada con las formas actuales de comunicación y el ciclo de noticias: las comparaciones son instantáneas y se confunde lo urgente con lo importante, el periodismo con la última hora. Refleja también el traslado de una especie de moral deportiva a nuestra forma de ver la realidad. Un elemento básico del deporte es el récord y la gracia de los récords es superarlos.

Es frecuente en política. El fascismo, escribió Rafael Sánchez Ferlosio , consiste sobre todo en no limitarse a hacer política y pretender sobre todo hacer historia. Pero es extensible a ideas y causas muy distintas. Abundan los surfistas de un Zeitgeist que cambia con mucha frecuencia y las interpretaciones exageradas: cada poco tiempo vemos fenómenos que, nos dicen, cambiarán las cosas para siempre, transformaciones decisivas y debates trascendentales que no recordamos la semana siguiente.

Uno de los movimientos que más ha utilizado este mesianismo de baratillo es el independentismo en Cataluña. Presumía de hazañas que básicamente solo preocupaban a sus promotores: por ejemplo, una cadena humana, la estelada más grande del mundo, la estelada más grande del mundo fabricada con velas y otros logros de la humanidad. Pero, de nuevo, no es el único y no se limita a la política: en el proyecto 8.000 de Pauner se justificaba el apoyo que permitiría al alpinista ser el primer aragonés en subir las montañas más altas del planeta.

Parece que lo que vivimos últimamente legitima esa manera de hablar: decimos que la ola de frío y la pandemia son acontecimientos históricos, pero cuando usamos esas palabras hablamos en realidad del presente, de lo que nos afecta y de cierta necesidad de que nos miren: estamos aquí y en otra parte. Hablamos de historia, pero muchas veces es sobre todo mal periodismo. Siempre hay un acontecimiento histórico, pero en general no es el que estamos pensando, y muchas de las experiencias más intensas no son históricas o compartidas. Como pregunta el pintor Pepe Cerdá en las noches de fiesta: «¿Hasta cuándo vamos a tener que divertirnos?».