Desde mi ventana se ven los acontecimientos con una perspectiva distinta a cómo se ven desde la calle. Ni peor ni mejor, distinta. No te involucras pero tampoco te evades; se te escapan los particularismos pero generalizas mejor; lo ves a posteriori y así reflexionas más acertadamente; no participas en ellos pero puedes influir en los siguientes. En definitiva, no participas en los acontecimientos que ves pero puedes prever lo que va a suceder. Porque la vida, y la política es parte de la vida, es un proceso que fluye, donde el presente condiciona el futuro, si tu perspectiva es la adecuada.

La vida parlamentaria española transcurre con más anécdotas que hechos serios, sus discusiones suceden sin hablar del fondo de las cuestiones y lo que queda en la retina son aspectos formales poco significativos, si no chascarrillos. Las declaraciones públicas de los dirigentes sociales son frecuentemente huecas y a la defensiva. Como mucho descriptivas, casi nunca proféticas. Pero de vez en cuando sucede algo inesperado: la revuelta de los chalecos amarillos en Francia o la irrupción de Vox en Andalucía, por ejemplo. Y no estabas preparado para ello, no lo esperabas, no lo entiendes. Pero si reflexionas percibes una cierta lógica entre el antes y lo ocurrido. Cosas a las que no habías dado importancia, protestas que no parecían importantes, comentarios entre gente no ilustrada, pensamientos que no parecían propios de ti, temores de los llamados infundados. Todos esos hechos sucedían simultáneamente y no percibías ninguna conexión entre ellos. Y de pronto estalla lo inesperado y te pones a cubierto, no vaya a ser que te cause algún problema.

Pero la política debe tener, según Aristóteles, una virtud primordial, la prudencia. Palabra cuya etimología latina es pro-videre, que significa ver antes de que sucedan las cosas, adelantarte a los acontecimientos, prever lo que va a pasar. Por eso son tan importantes los políticos. Por eso la política es el mejor instrumento que los humanos han inventado para garantizar la convivencia y mejorar la vida de sus conciudadanos. Por eso los políticos deben ser respetados y hacerse respetar. Porque se deben dedicar a preparar el futuro de todos. Y por eso Platón decía que los políticos deben ser elegidos de entre los mejores de la comunidad, ya que solo ellos están preparados para ser políticos.

Los políticos se lanzan, en los días siguientes de ocurrir lo inesperado, a un análisis desenfrenado. Algunos se las dan de profetas; otros, más humildes, se intentan defender de las consecuencias; otros, más prácticos, se resitúan ante el futuro. Pero casi nadie modifica su conducta. Como mucho, cambian algo el discurso, dicen tomar nota, pero, a los pocos días, todo vuelve a ser igual. Los políticos no están ni en la calle ni en la ventana. Están en su burbuja, hablando entre ellos y nada más que entre ellos, sobre cómo lo ocurrido les va a afectar a ellos.

Cuando los políticos se sobreponen y vuelven a hablar, cargan contra los culpables. Siempre hay culpables de lo sucedido. Distintos de nosotros y de los nuestros, claro. Y nos ponemos a contarlo a la gente, que se enteren qué ha pasado, por qué ha pasado y quién ha sido el causante. Si todos hubiesen hecho lo que yo decía nada de esto hubiera sucedido. Pero uno no puede estar en todo. Y nos ponemos a predicar otra vez la buena nueva, la misma nueva que antes de los últimos sucesos. A ver si esta vez me escuchan y todo se reconduce.

Pero la mayoría de la gente no está dentro de mi burbuja y, por lo tanto, hace uso de otra lógica distinta de la mía. Y casi nadie es político, por lo que no miran al futuro sino al presente. Y quieren que su presente cambie a mejor. Están hartos de falsas promesas y ven que cada día están peor. Por eso se apuntan a cualquier novedad que aparezca. Prueban a ver qué (les) pasa. A veces optan por aquello que más duele a los que han gobernado, a ver si espabilan y cambian de una vez. Pero muchos políticos, en vez de escuchar y reflexionar, aún se enfadan más y los castigan. Y así les va. A los políticos.

Ya se sabe que los votos «en la línea equivocada» provienen siempre de ignorantes o malvados. Lo que pasa es que cada día hay más. Pero siempre queda una última explicación: se trata de una reacción coyuntural pero todo volverá a su ser, o sea, que me vuelvan a votar a mí. A veces, efectivamente, es una reacción coyuntural, pero otras veces esos sucesos están indicando un cambio de época. Ya tenemos los dos polos extremos cubiertos. El 15-M y Vox parecen ser dos respuestas airadas, una por la izquierda y otra por la derecha, a la ausencia de respuesta por parte de la política convencional. El populismo nos rodea. Ante la ausencia de argumentos la rabia da espectáculo y hasta divierte a mucha gente. ¿Estamos ante una reacción coyuntural o ante un cambio de época? .

*Profesor de filosofía