Nunca viene de más acordarse de Dios y lo siento por los que no lo deseen aunque también eso resulte respetable y hasta verosímil. Cuando alguien insulta a Dios acaso sea porque no le sepa llamar o ¿será la única forma de rezar que conoce?; cabe que sean llamadas de urgencia y mejor es entenderlas así, incluso cuando se malicie que se utilizan con propósitos meramente terrenales. La debilidad humana de otros hay que comprenderla para que podamos tener la esperanza de que se comprenda la propia y sobre todo, porque es de suponer que Dios contemple nuestros desarreglos psíquicos con infinita misericordia. ¿Será Dios o será el azar quien gobierna los plenilunios?

Todo esto me viene a la cabeza leyendo alguna noticia sobre cierta obra teatral puesta en escena en Madrid y cuyo título, ignoro el contenido, alude a Dios con propósitos poco reverentes y acaso con el de ofenderle (vana empresa) u ofender a los creyentes aunque si el autor es ateo se contradice: primero, porque da por existente lo que niega que exista y segundo porque puede pretender el imposible de que Dios le lleve a los tribunales, ¡menuda publicidad!

Hay ahora en la UE un presidente de gobierno que en su juventud ya soñaba con serlo y que cuando se embebía, iba a las rejas del palacio presidencial pidiendo a voces que le dejaran entrar. Al final lo consiguió pero no por vía alcohólica sino democrática; ¿será esta una cosa parecida prescindiendo del alcohol?

¿Vamos a permitir que prevalezca entre nosotros, la libertad de expresión aunque desagüe en simple grosería sobre el deber de respetarnos todos? Pues, no, claro, pero ¿cómo evitar sin violencia, la destemplanza de alguno? Si no deseamos caer en las bajezas que criticamos no habrá más solución que mostrar alguna alteza, esa que se solía llamar señorío, particularmente frente a los señoritos. Además, pocos tribunales condenarían al autor por emplear un "lenguaje coloquial" cómo una vez declaró una sala de justicia poco propensa a comprometerse por ella.

Sucede con el asunto de ese autor teatral lo sucedido y no sé si sigue ocurriendo, con Salman Rushdie, un poeta angloindio de intrincada inspiración, que publicó un libro (Versos satánicos ) en el que se agraviaba al Islam. La incidencia desencadenó convulsiones en el sensible mundo musulmán y preocupaciones sin cuento al ofensor que quedó entrampado en la red de su propia táctica publicitaria. Más cara le costó la gracia al contribuyente británico por las libras contantes y sonantes que se tuvieron que gastar procurando la seguridad del poeta. Este acabó acobardado y diciendo que se convertía al Islam pero nadie lo tomó en serio; fue quizá, la primera víctima de su propia y estúpida publicidad fundada en ganar fama hiriendo sentimientos ajenos, absolutamente lícitos y respetables cómo el de creer en Dios, algo que nos ocurre a millones de seres humanos. Sería igual, al menos igual