En estos días de fervor religioso no está de más regresar históricamente en el tiempo hasta aquella semana en la que la Pasión de Cristo abrió un nuevo capítulo en el devenir de la Humanidad. Como todas las grandes historias, la de Jesucristo bien merecía un cronista, y tuvo varios. Cuatro, los más conocidos, los Evangelistas, Mateo, Lucas, Marcos y Juan. Los canónicos, porque hubo algunos más, desechados por la Iglesia, y todavía se busca aquel supuesto protoevangelio Q, escrito por mano anónima antes de la Guerra de los Judíos, mítico texto que se supondría sería la primera y más contemporánea crónica del Nazareno.

Karen Armstrong, una de las teólogos que más ha trabajado el mal llamado periodo del cristianismo primitivo, esto es, los años transcurridos desde la muerte del Mesías hasta la aparición de las primeras iglesias, o asambleas, de fieles, cuando no era sino una secta del judaísmo, hasta que las doctrinas de la extensión y conquista del Reino comenzaron a aflorar.

Los evangelios son tardíos. Marcos, hacia el año 60, Mateo y Lucas escribieron en los 80 y 90 y Juan aproximadamente con el cambio de siglo. Antes que ellos, el apóstol Pablo, Saúl de Tarso, fue el primer escritor propiamente cristiano. Armstrong le ha dedicado varios trabajos. El más reciente, San Pablo, el apóstol más incomprendido, ha sido traducido al castellano por el sello Indicios. En este volumen, la teóloga insiste en que es prácticamente imposible reconstruir una imagen histórica del propio Jesús, y ni siquiera la de Pablo.

De este último se ignoran la mayoría de episodios de su vida, comenzando por el lugar y modo de su muerte. Nada o muy poco se sabe de su peregrinación, detenciones, tormentos y naufragios (hasta tres, en uno de los cuales permaneció dos días flotando sobre un trozo de madera).

La autora del ensayo tampoco cree que todas sus cartas sean auténticas. Los expertos sólo consideran suyas seis de ellas: la primera a los Tesalonicenses, la primera a los Gálatas, la segunda a los Corintios, Filipenses, Filemón y Romanos. El resto habrían sido escritas por otras manos tras su muerte (en la Antigüedad no era inusual escribir en nombre de un sabio o filósofo admirado).

La obra de Pablo, contra el imperio, en pro de la espiritualidad, la solidaridad y la justicia es fundamental, polémica y, sobre todo, actual, muy actual.