La muerte de tres personas en el pantano de Mequinenza ha puesto de relieve la laxitud de las administraciones con las actividades acuáticas y de pesca que se desarrollan en el embalse. A saber: la barca en la que navegaban los fallecidos era propiedad de un ciudadano francés que la había alquilado a un turista británico que pensaba estar una semana pescando y éste a su vez la había subarrendado a un grupo de búlgaros. Y eso no es todo: por su eslora, la embarcación debía ser dirigida por una persona con la licencia correspondiente, cuestión que, obviamente, se incumplía en este caso. Con este panorama resulta tremendamente inquietante pensar las ilegalidades que pueden llegar a cometerse en las actividades de ocio en el pantano por particulares que operan al margen de las empresas reconocidas que trabajan en la zona, cuya imagen se ve salpicada además por el dramático accidente sin tener culpa alguna.