El protocolo firmado el viernes por el Gobierno español, el de la comunidad aragonesa y el municipal para invertir en Zaragoza hasta 1.500 millones en cuatro años supone un hito sin precedentes en una ciudad que lleva camino, ahora sí, de una transformación integral. El acuerdo garantiza obras necesarias para el futuro de la quinta urbe del Estado y adelanta plazos en asuntos que suponen una clara mejora de la calidad de vida y de las potencialidades de la capital aragonesa, al incidir en cuestiones como el medio ambiente, el transporte público y las infraestructuras. Pero además de estos efectos tangibles en el corto plazo, el documento presenta efectos colaterales e inmediatos nada desdeñables y que conviene pormenorizar.

La dosis de autoestima que han recibido esta semana los zaragozanos, y por extensión los aragoneses, es el primero de estos efectos. En una ciudad que históricamente se ha visto obligada a acometer cambios profundos sin ayudas estatales o europeas --ahí están los ejemplos de la depuradora o del auditorio--, el mero compromiso y el acuerdo entre tres instituciones son síntomas alentadores e insoslayables de que las cosas están cambiando. Y afortunadamente para bien.

Hace sólo cuatro años Aragón y Zaragoza atravesaban un momento complejo y de mazazo colectivo por la presentación de un anteproyecto de ley del Plan Hidrológico Nacional cuyo objetivo primordial era autorizar un macrotrasvase del Ebro. Lo que nos llegaba entonces de Madrid eran pésimas intenciones, en forma de expolio de los recursos naturales y de merma de posibilidades en el futuro. De poco servía que simultáneamente las obras del AVE amplificaran el impacto de las inversiones del Estado en Aragón hasta cotas históricas. La sensación en la calle, como se plasmó en reiteradas manifestaciones y actos de protesta, era de agresión, enfado, indignación y hasta de cierta impotencia.

Al analizar en este contexto el protocolo inversor para Zaragoza, tan destacable como el impacto físico y urbanístico futuro es el impacto psicológico obtenido. Las expectativas de la ciudad son, después de esta semana, mayores. Si los inversores privados ya tenían Zaragoza en el punto de mira de nuevas operaciones, el interés puede aumentar todavía más. Sin ir más lejos, dentro de una semana se celebrará aquí una cumbre hispano-francesa en la que muchas miradas apuntarán a la capital aragonesa. Y no es lo mismo organizar este encuentro en una ciudad que acaba de recibir un compromiso de inversión pública sin precedentes que hacerlo en una capital de comunidad autónoma que navega en la atonía de sus propias miserias.

Otro asunto colateral del documento rubricado en Madrid es el alza de credibilidad para la candidatura zaragozana a la Expo del 2008 justo en el momento decisivo. Aunque el acuerdo deja claro que las obras se realizarán se conceda o no la organización del magno acontecimiento, la contundencia de la propuesta económica otorga más fuerza al papel de favorito de España de cara a la votación del Bureau Internacional des Expositions (BIE) el próximo 16 de diciembre. Un papel al que ya casi nadie hace ascos, con el lógico respeto hacia los rivales y las reservas propias de una votación secreta. ¿Quemaría las naves el Gobierno con una promesa tan ambiciosa si no pensara que la intensa batalla diplomática de los últimos meses en la búsqueda de apoyos internacionales puede resolverse a favor de los intereses españoles? No quiere decir esto, ni mucho menos, que la guerra esté ganada, pero el acuerdo económico refrenda y ensalza el trabajo de campo realizado en política exterior y puede ser un aval ante los delegados del BIE. Desde luego, es mejor que por los despachos de París circulen dossieres sobre el acuerdo inversor español en lugar de fotocopias de litigios judiciales por la titularidad del recinto, como le ocurre a la candidatura italiana de Trieste.

El tercer factor colateral del protocolo de Madrid viene de la garantía, ya mencionada, de que las inversiones se realizarán con o sin Expo. Al menos aquellas que no tengan una relación estrecha y demostrable con las necesidades del evento. Este claro compromiso del texto es un aval de éxito para la ciudad y debe hacer aumentar la confianza en sus posibilidades. Con independencia de que exista una coyuntura favorable --la Expo-- el compromiso con Zaragoza aparece dibujado en este acuerdo como una cuestión estructural --sus propias potencialidades--. Una evidencia que vendría a ratificar que están cuajando los mensajes lanzados desde Aragón y desde Zaragoza para que el Gobierno central entienda que esta tierra precisa de fuertes inversiones con las que convertirse en espacio de seguridad y desarrollo para el conjunto del país.

Tiempo habrá de fiscalizar el desarrollo del acuerdo, y seguro de aquí al verano del 2008 se producen momentos de discrepancias internas o de desencuentros entre los firmantes, o entre estos y los ciudadanos. Pero hoy toca celebrarlo, destacando los primeros impactos positivos para la ciudad de un documento histórico.

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