Aznar se va de Moncloa como llegó: sin una cana, sin una arruga de más, con la mayoría de los deberes hechos y habiendo cumplido su promesa de no estar en la presidencia más de ocho años. Pero, al contrario que sus antecesores, Aznar se va sin una palabra de reconocimiento a la oposición, convencido como está de que es el número uno del mundo mundial y de que España le pertenece.

Resulta llamativo que una persona que ha tenido tantos aciertos políticos, económicos y contra el terrorismo durante sus ocho años de gobierno, sea tan rencoroso y cicatero a la hora de la despedida. No hay un caso igual en la historia reciente de nuestro país.

Basta que nos remontamos a la dimisión de Suárez para comprobar que pese a los difíciles momentos que estaba atravesando siguió abogando por el diálogo entre las distintas fuerzas políticas, al igual que lo hizo Calvo Sotelo después de perder las elecciones de 1982 o Felipe González, quién instauró la figura del jefe de la oposición. Cuando un político llega a la presidencia del Gobierno, lo es de todos los ciudadanos sin excepción, incluso de los que no le gustan.

*Periodista