El 23 de octubre de 1990 nacía este periódico y yo debutaba con él. Recuerdo que escribí en esta columna una diatriba contra un programa de TVE llamado No te rías que es peor, donde se utilizaban los signos más vulgares y tópicos de la forma de ser aragonesa, como excusa para orquestar chistes rancios y casposos.

Desde aquel día han transcurrido 24 años. Día a día he firmado esta columna, siempre con el título de Antena paranoica, que quería mostrar el dislate que supone mirar la tele con obsesión. Pasan de 8.000 los artículos que he publicado. Incluso en 1991 llegué a editar el primer ensayo en España sobre las televisiones privadas (Apaga y vámonos).

Y desde aquella lejana fecha, este aparato que siempre nos acompaña, ha variado en dimensión y contenido. De aquellas 30 pulgadas hemos pasado a las 50. Un cine en casa. Y de aquella emisora única (TVE) con dos canales, hemos crecido a un sinfín de opciones. Vulgares y prescindibles la mayoría. Todo es posible ahora en la tele. Y todo tiene un precio. Pero pese al aumento de la tecnología y la multiplicación de ofertas, la calidad de contenidos, no ha caminado pareja. Eso sí, hemos abierto todas las cortinas y la intimidad personal ha dejado de considerarse un valor de uso.

Lo dejo. Agotado de contemplar un espectáculo que apenas me interesa. Desde aquí quiero agradecer a los lectores que me han seguido, su fidelidad y su generosidad. Nos veremos en otras cosas y en otros sitios. El mundo no se para. Gracias.