Decir el nombre de María de Ávila (Barcelona, 1920) es nombrar a una mujer que lo ha significado todo en la danza clásica: elegante, silenciosa, utópica y, sobre todo, muy humilde. Aunque como bailarina tuvo una carrera fugaz, encontró en la pedagogía y en Zaragoza un modo de aplacar su instinto hacia este arte. Su fallecimiento ayer a los 94 años, después de una vida intensa, da pie a un nuevo homenaje a toda una vida que empezó a reconocerle en los años 70, cuando de su labor sorda y apasionada salieron frutos indiscutibles como Víctor Ullate o Ana Laguna y una década después, su paciencia y sabiduría colaboraron decisivamente en la formación de Arantxa Argüelles, Trinidad Sevillano o Amaya Iglesias. Todos ellos han paseado el nombre de Zaragoza por el mundo y la escuela de María de Ávila es todo un referente internacional en el mundo de la danza. La ciudad que la acogió y a la que amó le debe mucho a esta maestra paciente y parsimoniosa, que los lectores de EL PERIÓDICO DE ARAGÓN le reconocieron con el premio Aragonés del Año en Cultura del año 1995. Solo le faltó el Príncipe de Asturias.