El nuevo gobierno se propone regular por ley los regalos que se hagan a sus presidentes, garantizando que esos obsequios incluidos los de carácter personal, pasen al patrimonio del Estado, cuando aquellos cesen. En el primer gobierno del PSOE, allá por los años ochenta, hubo un ministro que creía y lo dijo públicamente, que ellos mismos eran parte de aquel patrimonio.

Aunque no esté de más disponer de una norma sobre la materia, el asunto requeriría de bastantes matizaciones, en broma y en serio, comenzando por la de no limitar la interdicción de los regalos a los que puedan recibir los presidentes del gobierno cuando son tantos los posibles donatarios; ¿por qué no incluir a los vicepresidentes y por qué no a los ministros y por qué tampoco, a los secretarios de Estado?

Cabe restringir los regalos que reciba un presidente pero no veo claro que se generalice eso de que cuanto se dé a un presidente en activo pase nada más cesar, al patrimonio del Estado. ¿Será siempre eso, lo más justo?; ¿sucederá lo mismo con los legados que quiera hacerle al presidente un pariente o un ciudadano cualquiera que le admire y que no sienta idéntica simpatía por el patrimonio del Estado? Uno empezaría excluyendo las cosas de comer que con ellas no se juega, incluidos los vinos que legalmente son alimentos; imaginemos que el regalo fuera un jamón ¿se lo podrá comer el ya expresidente con su familia o tendrá que dejárselo al Estado incluso a medio terminar, por no haber tenido la cautela de comérselo antes? Item más: ¿tendrá el Estado que conservar el jamón in aeternum o serán habilitados algunos funcionarios para proceder a su consumación?

El asunto está erizado de problemas. ¿Qué podría decir la ley que se proyecta, si el donante impusiera la condición de que nunca pueda la cosa donada pasar al patrimonio del Estado? Bastaría con disponer que la donación dejara de tener efecto cuando el donatario cese cómo presidente y que la cosa revertiera al propio donante o a quien él señalase, cómo civilmente puede hacer. Y ¿qué pasaría si el donatario vendiera o regalara lo que recibió a título gratuito, antes de dejar el cargo? En las donaciones, y los regalos lo son, hay que estar a la voluntad del donante y no cabe presumir nada que vaya más allá de esa voluntad. Además, si el regalo termina en la saca del Estado, ¿no se vulneraría la Constitución que prohibe las confiscaciones?

Habrá que puntualizar finamente lo que quiera o no quiera prohibirse pero preveo que se ingeniarán fórmulas diga lo que diga esa futura ley, para eludirla legítimamente. Si la cosa que se regale por ejemplo un chalet, merece la pena y no se cuenta con la predisposición benevolente de donante y donatario, me temo que por esa vía, el Estado va a adquirir pocas fincas y eso si, placas, corbatas, bandas, metopas, medallas, varas, saquetes de arroz o de garbanzos, algún bonsai y otros obsequios "indoloros" quiero decir, de esos cuya devolución no conlleva un sufrimiento dominical irresistible.

Divierte que se diga que esa futura ley va a inspirarse en el modelo USA, significativa ironía. Otros prefieren el modelo inglés consistente en limitar los regalos por su cuantía; "de tantas libras en adelante el Estado se los queda", algo que puede abaratar los visones y fruslerías así. Quizá bastara con pedir al donante que una vez cesado el donatario manifestase si persiste en su ánimo de liberalidad.

Dicen que hace falta salvar "un vacío legal" pero no estoy seguro. Quien hace la ley puede hacer la trampa; los sueldos de los parlamentarios nunca estuvieron formalmente exentos del IRPF pero nunca han estado materialmente sujetos en su integridad a diferencia del común de los sueldos. Todo es cuestión de hacer las cosas mal, pero pensando en que parezcan bien.

Esa ley no alcanzará a los regalos que hagan a los presidentes de comunidades autónomas en las que puede ocurrir que un patanegra que le mandaron a uno de aquellos, acabe zampándoselo pongo por caso, su jefe de protocolo evitándole al destinatario esfuerzos de masticación o que la secretaria que interceptó un teléfono de época que no era para ella, decidiera sacrificarse quedándoselo.

Conste que un regalo no es forzosamente, un cohecho ni un hurto ni una sisa ni un guardia de la porra, pero el nuevo gobierno sospecha y quiere que se acabe lo de los regalos, aunque temo que solo se acabarán los que se vean; para los otros, el tiempo demostrará que no hay ley que los impida si no hay conciencia que los rechace. ¡Lástima que las conciencias no puedan regularse por ley!