A las guerras preventivas les han salido imitadores, y ya estamos ante lo que se podría denominar "combates preventivos de huelgas de hambre". Un ciudadano, pendiente de ingresar en la cárcel, afirma que nada más entrar a cumplir su condena iniciará un huelga de hambre y, antes de su ingreso, y antes de que cumpla el propósito anunciado --que pudiera llevar a cabo o no-- la Administración, debidamente pertrechada, mucho antes de que se produzcan los hechos, anuncia que está preparada para neutralizar esa acción y que ya en la cárcel, sea cual sea la voluntad del previsto interno, no va a pasar hambre lo quiera o no.

En primer lugar, hay que observar una celeridad administrativa inusual y sorprendente. Esta misma administración que, ante una instancia debidamente entregada en fecha y en forma, tarda meses en contestar y, en numerosas ocasiones no contesta a través de ese desprecio institucionalizado llamado silencio administrativo, de repente, se ha vuelto tan ágil y eficaz, que, simplemente, con que un ciudadano comente en el periódico algo que le ataña a uno de sus departamentos, y ya está tomando medidas, en un adelanto a la jugada sin precedentes.

En segundo lugar, podríamos estar ante una desburocratización deslumbrante. Eso de que es necesario el impreso, el sello de entrada, la asignación del número de expediente, en fin, todo ese largo y tedioso rosario de procedimientos napoleónicos, parece que ha concluido. A lo mejor, mañana, aparece un ciudadano diciendo en una emisora de radio lo complicados que son los trámites para la adopción de niños, y lo mismo, al día siguiente, sale el Defensor del Menor diciendo que ha cambiado las normas la noche anterior y que los retrasos se han acabado.

La guerra preventiva, la medicina preventiva y, ahora, la administración preventiva, tenerlo todo dispuesto antes de que los hechos se produzcan. Un prodigio.

*Escritor y periodista