Hace unos días, en una interesante conversación con una persona a la que había conocido unos minutos antes, le escuché decir algo así: «yo al único político al que he tenido respeto es a Adolfo Suárez». Siempre en tono amistoso intenté explicarle a mi interlocutor, con una buena amiga haciendo de testigo, que la percepción que hoy tenemos de aquel político no tiene nada que ver con la que tuvimos en los años, en los últimos, para ser exacto, en los que tuvo que abandonar la política. En estos días, tras sus malos resultados en las elecciones autonómicas catalanas, y en medio del barullo de mociones de censura, veo en Ciudadanos un cierto paralelismo con la trayectoria del político abulense, sin la grandeza de los primeros tiempos, claro.

El centro, ese oscuro objeto de deseo. Algunos políticos ante la inminencia de las elecciones del 15 de junio de 1977 tuvieron el acierto de crear UCD (Unión del Centro Democrático), en aquel primer momento una coalición de partidos. Al invento le añadieron el elemento esencial: un candidato independiente, no era de ninguno de los partidos coaligados, con el aura del éxito obtenido en el referéndum de la ley para la reforma política. Adolfo Suárez y el centro. Los resultados fueron espectaculares y esa idea del centro pareció cuajar. Al conglomerado inicial, democristianos, liberales, socialdemócratas y azules, le pareció bien la fórmula y para las siguientes elecciones, en marzo de 1979, se convirtieron en partido. Y con Suárez dentro. La victoria les sonrió de nuevo y el centro pareció consolidarse.

En estas líneas no pretendo escribir una breve biografía de Adolfo Suárez, por lo que no me detendré en algunos aspectos de la misma que considero muy conocidos. El 29 de enero de 1981 dimitió como presidente. El 23-F, por las imágenes que pudimos ver con posterioridad a aquel golpe de Estado frustrado, mantuvo una actitud muy digna frente a los asaltantes armados. En las elecciones del 28 de octubre de 1982 ya no se presentó con UCD, partido del que se había dado de baja, y concurrió con otro de reciente creación y con la palabra centro en sus siglas, CDS (Centro Democrático y Social). Los resultados fueron muy flojos, solo 14 diputados. Volvió a repetir con ese partido en 1986 y en 1989, con resultados similares, 30 y 14.

¿Cómo es posible que el hombre que se mantuvo en pie frente a los golpistas no gozase del aprecio electoral de los españoles? ¿Cómo es posible que el hombre-centro no tuviese votos de los centristas?

Los liderazgos no son eternos y el centro es evanescente.

Todos los intentos que ha habido, posteriores a UCD, de recomponer el centro han sido grandes fracasos. Ya he citado al CDS, pero no sé si muchos de quienes lean estas líneas recordarán lo que se llamó Operación Roca, un extraño invento de formar un partido sin que lo fuese y con un líder que ni siquiera se presentaba con él. Sí que tuvo más vida y éxito UPyD, nacido a la sombra de una exdirigente socialista, Rosa Díez, y con un marcado tinte antinacionalista. Un lamentable hiperliderazgo les llevó a la desaparición. Después nacería Ciudadanos, con Albert Rivera como figura más destacada, tratando de defender ideas antinacionalistas. El éxito llevó a su líder a dar el salto a la política en toda España y la altura terminó por marearlo llevando a este partido, tan prometedor, a un estrepitoso fracaso. Su sucesora, Inés Arrimadas, está ahora tratando de salvar los muebles, algo que veo muy complicado ya que las elecciones autonómicas en la CA de Madrid pueden suponer su casi definitivo paso a la nada. En dos momentos muy concretos, las votaciones y la formación de gobierno, se la juegan. Los votos a los partidos de centro son muy volátiles y les puede ocurrir que obtengan un resultado muy malo. Si tienen la suerte de que los parlamentarios que resulten elegidos sean decisivos para formar gobierno, esta decisión, a quien apoyar, terminará por hundirlos o darles algo de aire.

Quiero destacar el detalle, ya apuntado, de que dos de estos partidos han nacido al hilo de unas ideas profundamente antinacionalistas, uno con origen en el País Vasco y el otro en Cataluña. Parece que la tensión que crean los partidos nacionalistas de esas dos comunidades autónomas son un gran estímulo para crear partidos «de centro». Como idea para su nacimiento parece buena, pero su vida posterior no permite asentar su necesidad para los votantes.

Además del liderazgo, decisivo, claro, hay otra idea que creo clave en la supervivencia de estos partidos: su tamaño. Si aspiran a un grupo parlamentario en el Congreso de 70 diputados, van al fracaso. Si lo buscasen de 15 tal vez conseguirían jugar un papel importante en más de una legislatura