El relato oficial: Suárez hombre de Estado, ejemplo a seguir, quintaesencia de la concordia de la Santa Transición. Proponemos otros relatos ocultos- La agonía de Suárez como metáfora de la del régimen que creó: mientras él expira las calles de Madrid claman contra los recortes económicos y de derechos ondeando banderas republicanas y recibiendo palos de la policía protectora de la clase senatorial. El Congreso de los Diputados, que él impulsó como representación popular y que defendió de los golpistas, se blinda ahora contra el pueblo. Los sueños estampados en la Constitución son hoy derechos en papel mojado, la soberanía popular el eco de una carcajada emitida desde el Ibex 35 y Berlín... El cinismo se ha impuesto frente a las convicciones y al impulso democrático. Hijo de republicanos, Adolfo Suárez irrumpió franquista, ejerció de aprendiz de brujo de la democracia y acabó creyéndosela. Por eso perdió la memoria --sus sucesores nunca la tuvieron--, por eso lo echaron los que ahora lo lloran y añoran. También el Rey, su amigo letal. Intrépido, vigoroso, hábil negociador, desprendido, ilusionado, el joven Suárez fue el héroe necesario hasta que llegó su hora. El Ejército, el Rey y las fuerzas fácticas tenían otra hoja de ruta que conducía hacia esta democracia de bajo perfil que garantizase sus ventajas. Ya como cadáver político, marginado por los bancos en su última aventura CDS, Suárez avisó de la alianza ventajista entre fuerzas económico-financieras y partidos políticos. Hoy esa entente de intereses es el eje del régimen que le santifica. La genética corrupta del franquismo, que él intentó sacudirse al final, ha acabado imponiéndose.

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