Hace 30 años estuve en Cuito Cuanavale, en la provincia angoleña de Cuando Cubango, donde este país limita con Zambia y Namibia. La ciudad estaba en manos del MPLA, el movimiento de orientación marxista que había llegado al poder tras el fin de la dominación portuguesa, pero estaba cercada por fuerzas de UNITA, un grupo rebelde apoyado por Sudáfrica y Estados Unidos. El MPLA no estaba solo. Contaba con el apoyo de miles de soldados cubanos, asesores soviéticos y seguidores de Mandela que veían en aquella batalla una oportunidad para precipitar el fin del apartheid.

Desde lo alto de una colina a la que nos llevó el Ejercito angoleño, pudimos contemplar los prolegómenos de la que iba a ser la batalla más importante librada en tierras africanas desde la segunda guerra mundial. Con intervención de cazas y bombarderos, carros de combate, artillería pesada. Me impresionaron los órganos de Stalin y unos almacenes con cientos y cientos de prótesis destinadas a soldados o civiles heridos que los médicos cubanos salvaban amputándoles la pierna dañada por una mina. En Cuito Cuanavale se jugaba el futuro del África austral y se dirimía uno de los últimos conflictos armados de la guerra fría.

De esto hace 30 años. Y me pregunto ahora si los cambios que se han producido desde entonces permiten decir que el África negra va mejor o peor. Es una vieja pregunta, que los africanos se formulan desde que la colonización diezmó el continente y la descolonización encalló. No es fácil contestarla. Desde luego, ya no hay guerras civiles como las que devastaron Angola o Mozambique, donde tuve ocasión de comprobar las indecibles brutalidades del FRELIMO que también luchaba contra un Gobierno prosoviético. Tampoco hay genocidios como el que devastó Ruanda siete años después. Ni guerras civiles como la que había conducido a la muerte a dos millones de biafreños 20 años antes.

En base a estos datos y otros, los analistas hablan de mejora. Algunos se atreven incluso a predecir un despegue del continente africano. Por lo que pude ver entonces, como corresponsal de la agencia Efe, y por lo que leo ahora, hay mejora, desde luego. África ya no es solo noticia por sus guerras y por catástrofes creadas por el hombre. Me basta acordarme de aquel hospital que visité en Lusaka, atiborrado de enfermos de una enfermedad que comenzaba a diezmar el continente, para pensar que las cosas han ido a mejor. El sida sigue dañando la juventud africana, pero ya no la flagela con una dimensión bíblica que parecía no tener remedio. Es cierto que ya no son noticia hambrunas tan atroces como las que azotaron Etiopía a mediados de los años 80. Pero también lo es que la sequía ha vuelto a flagelar a este país, donde un tercio de la población vive todavía con menos de un dólar y medio al día. Entonces, ¿Puede hablarse de mejora?

Sí y no. Veamos la pobreza, que es el tópico que le viene a uno en mente pensando en el África subsahariana. Según estadísticas fiables, en 30 años ha pasado de afectar al 56% de la población al 42%. Bien. Pero durante el mismo periodo, la población del continente ha pasado de 600 millones a más de 1.300. Con lo que los pobres de solemnidad, que eran 280 millones en 1987, alcanzan hoy los 330 millones. ¿Es lícito hablar de mejora? Si tenemos en cuenta que la población urbana se ha multiplicado por tres, nadie puede ser muy optimista frente a estas metrópolis sin esperanza. Y si cerramos el foco, veremos cómo en el sur y en el oeste del continente la mejoría es más evidente, mientras en el centro y el este hay pocos, muy pocos motivos para concluir que los africanos viven mejor. Una dicotomía que también parte el continente en dos en lo que se refiere a avances en la libertad de la que gozan sus ciudadanos.

Guerras como la de Angola, como la que libraron Libia y Chad, como la que enfrentó a Etiopía y Eritrea, o la que desangró Costa de Marfil no están al orden del día. El apartheid ya no rige los destinos de Sudáfrica. Pero la violencia ha adoptado nuevas caras: el tráfico de seres humanos, la explotación despiadada de los recursos mineros, los estragos de la urbanización, el terrorismo de Boko Haram. La pregunta sobre si África está mejor o peor no es fácil de contestar. Es cierto que un tremendo potencial de cambio ha emergido entre jóvenes y mujeres, pero la corrupción de las élites y la permanencia en el poder de dictadores como Obiang, con la complicidad de Occidente, sigue lastrando las posibilidades de uno de los continentes más ricos del planeta. H *Periodista y escritor