Penúltimo capítulo (por ahora) del culebrón en que se ham convertido las peripecias de Agapito Iglesias: ayer, el juez ordenó al empresario y presidente del Real Zaragoza entregar su pasaporte. Es la habitual medida preventiva para evitar fugas. En este caso, es, además, un síntoma más del irreversible grado de alarma al que ha llegado la peripecia de quien no hace tanto fue un constructor mimado en las adjudicaciones públicas y el personaje que presumió de poder convertir al equipo de la capital aragonesa en un aspirante habitual a la Champions.

Agapito debe dejar el Real Zaragoza. Al margen de la mejor o peor calidad de los relevos que se barajan, la presencia de este hombre en el espacio público se hace ya insoportable. Los aficionados al fútbol y la ciudadanía en general están hartos de contemplar día a día un proceso de degradación que parece no tener fin. Evidentemente, el empresario ha perdido el contacto con la realidad y cualquier noción ética o estética que pudiera tener de partida. Por eso aguanta ahí, sin otro objetivo que resistir aunque sea un minuto más.