El último clavo ardiendo al que se agarró el Real Zaragoza hace siete días ha acabado oliendo a chamuscado. El esperanzador partido contra el Levante, que pese a la derrota dejó los instantes más convincentes de fútbol del año, abrió una pequeña puerta a la reilusión, que ayer se cerró de nuevo con un sonoro portazo en Alcorcón. Si el equipo era capaz de jugar 17 jornadas al nivel que alcanzó contra el líder, todo era posible todavía. Ese era el anhelo al que encomendarse para no tirar la toalla, más fantasía que realidad mirando los hechos consumados anteriormente. Pero anhelo al fin y al cabo. Una semana después de aquello el Real Zaragoza jugó en el campo de Santo Domingo tan mal como lo ha venido haciendo toda esta temporada. Esa ha sido la norma, la excepción fue el espejismo frente al Levante.

A la teoría de la reilusión se aferró cualquier hincha bien intencionado y, durante la semana, en fila india la plantilla y el entrenador. Bedia, con su ‘jugando así de diez se pierde uno’, Xumetra y por último, el propio Agné y su retumbante ‘el equipo ha mejorado y mucho’.

Hasta que la verdad de esta Liga, que por el momento dice que el Zaragoza se ha parecido decenas de veces al de Alcorcón y ninguna, o casi ninguna, al del Levante, se presentó nuevamente con toda su aspereza.

Aparte de los deseos naturales de cualquiera de que por fin algo vaya bien, últimamente alrededor del Zaragoza se construyen tendencias a partir de instantes, de momentos, a veces hasta de minutos. Castillos de juego en el aire levantados con el corazón que la realidad despedaza una vez tras otra.