El pasado 11 de noviembre, Francia y Alemania celebraron la firma, hace ya un siglo, del armisticio que puso fin a la Gran Guerra en Europa (1914-1918), y que, según los estudiosos, fue sólo un mal epílogo que serviría de prólogo a la Segunda Guerra --esta sí-- Mundial. Esta tesis, puesta de largo por el gran historiador francés Pierre Renouvin en los años 50, ha vuelto a ser esbozada estos días para reivindicar la continuidad de un conflicto que supuso la instauración de un orden que sustituía al remedo pactado a principios del XIX en el Congreso de Viena. A la luz de los acontecimientos de los últimos años, no parece arriesgado decir que, cien años después de la capitulación impuesta a los vencidos en un vagón parado en el bosque de Compiègne, hoy nos encontramos en el final de otro orden pactado unos años después -en 1945- en la localidad alemana de Postdam. No hay más que leer las crónicas de la efemérides para ver las diferencias crecientes entre antiguos aliados como Francia y EEUU, con un cruce de declaraciones entre Macron y Trump que da cuenta de la necesidad de que Europa asuma una responsabilidad mayor en su propia defensa sin romper con la OTAN.

Pero el giro aislacionista del último presidente norteamericano, que retrotrae a su país a posiciones anteriores al conflicto, es sólo uno de los elementos que ponen en riesgo el statu quo pactado por las principales potencias después de la mayor matanza de seres humanos registrada hasta la fecha. Así, la primera ministra de Gran Bretaña, Theresa May, afronta estos días las dificultades de presentar un acuerdo de salida de la Unión Europea que no convence ni a los partidarios del Brexit ni a sus detractores, entre otras cosas porque hace aflorar muchas de las falsedades que llevaron a una mayoría de electores de aquel país a adoptar esta delicada decisión. Si muchos conservadores de buena fe habían creído que el divorcio con Bruselas sería un nuevo Dunkerque que permitiría a los británicos afrontar desde la seguridad de sus islas los desafíos de la globalización, este espejismo queda en buena medida desenmascarado con la lectura del acuerdo de 585 páginas que se someterá a votación ante el Parlamento británico. Según el texto, el Reino Unido deberá someterse a las normas del mercado único, permaneciendo en la unión aduanera, en tanto no se logre cuadrar el círculo de una soberanía sin fronteras en Irlanda del Norte; entre otras cosas, para no poner en peligro los acuerdos de paz en este territorio. Curiosamente, la independencia de Irlanda fue uno de los acontecimientos que marcó los años de entreguerras, con dos conflictos armados que desembocaron en la creación de un nuevo Estado en Europa.

Entretanto, una teatral ambigüedad sigue marcando la política de otro excontendiente del siglo XX. El vicepresidente del Gobierno italiano, Mateo Salvini, mantiene el pulso con las autoridades comunitarias y asegura que no tocará «ni una coma» de unos presupuestos que han sido expresamente rechazados por Bruselas. Con una deuda pública que supera el 133% de su PIB, Italia sigue desafiando la regla de oro sin explicar muy bien de dónde van a salir los fondos con los que financiar una bajada de impuestos acompañada de la implantación de una renta de ciudadanía para aplacar la crisis social de su Mezzogiorno. Todo ello, justo en el momento en el que el Banco Central Europeo va a retirar la red de seguridad que desplegara con la compra masiva de títulos de deuda de los países en problemas.

De vuelta a España, el psicólogo canadiense Jordan B. Peterson ha presentado estos días su libro 12 reglas para vivir: un antídoto al caos, toda una guía para sobrevivir a estos tiempos convulsos. En él, denuncia la contribución de las políticas de la identidad vinculadas a la postmodernidad en la creación de un nuevo desorden mundial del que la llegada de Trump a la Casa Blanca, el Brexit o la deriva populista de gobernantes como los italianos serían sólo meras manifestaciones. Durante la gira, este auténtico gurú para su millón y medio de seguidores en Youtube ha lanzando la advertencia de que «feminizar a los hombres a la fuerza los acerca al fascismo». De hecho, hasta el pasado siglo, cada generación de europeos había vivido su guerra... ¿Acaso nos hemos cansado de la paz?

*Periodista