Pocos aragoneses, pocos españoles ponen en duda que Agustina Zaragoza Doménech, Agustina de Aragón, fue una heroína durante los Sitios de Zaragoza. Botafuego en mano, resistió a cañonazos los ataques de las fuerzas napoleónicas en la Puerta del Portillo. Ahora yacen sus restos en la Capilla de las Heroínas de la Iglesia del Portillo junto con los de Manuela Sancho y Casta Alvarez, que también lucharon fieramente a tiros y bayonetazos en otros rincones de la ciudad. Como común denominador, a las tres se las ensalza por su heroísmo en la defensa del suelo patrio contra las fuerzas invasoras extranjeras.

Ahora hay un hombre en Irak, Moktada Al Sadr, clérigo de confesión shií, dirigente del ejército de Mehdi, que mantiene con palabras y con hechos la misma actitud frente al ejército norteamericano que ha invadido y ocupado su país, pero al que sorprendentemente buena parte de los medios de comunicación, nacionales e internacionales, lo han convertido en uno de las máximas figuras de la violencia y del "terrorismo internacional". Se han esfumado ya las vergonzantes patrañas de la existencia de armas de destrucción masiva en Irak, la connivencia y apoyo iraquíes al terrorismo de Al Qaeda o la sangrienta dictadura de Sadam Husseim para justificar la invasión de Irak y el mantenimiento de una guerra que día a día va cobrándose un río de víctimas inocentes y de destrucción. No obstante, casi subliminalmente, muchos medios de comunicación van presentando a Al Sadr como un peligro público internacional y paradigma del fundamentalismo irracional.

Sin embargo, se pasa de puntillas por una serie de hechos contrapuestos a tal manipulación informativa. Por ejemplo, que en abril pasado las presuntas autoridades iraquíes, colocadas a duras penas y con calzador por las fuerzas ocupantes supuestamente en aras de la libertad y de los valores democráticos, cerraron su periódico Al Hausa por considerar que incitaba a la violencia. O que el padre de Moktada, el ayatolá Mohamed Sadeq al Sadr fue asesinado en 1999 por Sadam Husein, que también ordenó la muerte de dos de sus hermanos. En ningún caso se trata de hacer un panegírico de Moktada al Sadr, pero resulta más que sorprendente que los mismos hechos sean tildados de heroicos o de terroristas dependiendo sólo del color de las gafas culturales, ideológicas y patrióticas que pretenden colocarnos como elemento integrante de esa entidad etérea denominada comúnmente opinión pública.

La creación de la cultura es dialéctica: los individuos y las sociedades creamos la cultura, a la vez que ésta va configurando los patrones, las pautas y las costumbres de los seres humanos y las sociedades donde viven. Con ello se corre el riesgo de desembocar en la convicción de que la propia cultura es superior a todas las demás y juzgarlas (incluso infravalorarlas o condenarlas) desde nuestros propios y exclusivos parámetros culturales. Y detrás de esta maniobra etnocéntrica se ocultan a menudo los intereses de grupos económicos, financieros, ideológicos y militares que intentan, cada vez con menos disimulo, mover los hilos del mundo en su propio y exclusivo beneficio.

En esta línea, no siempre las informaciones y los hechos responden a una misma línea de objetividad y de coherencia. Si, por ejemplo, Moktama al Sadr es un clérigo radical, no se entiende por qué son menos radicales el obispo católico de Mondoñedo-Ferrol Gea Escolano, o Bush, o Aznar. ¿O la radicalidad es rechazable por llevar turbante y barba? ¿Pretenden inculcarnos la tosca asociación entre islamismo en general y peligro terrorista? Si Agustina de Aragón es una heroína nacional sería comprensible, aplicando los mismos parámetros y razones, que miles de shiíes iraquíes pudiesen tener a Moktama como su líder y su héroe. Si tantos consideran a las tropas napoleónicas simplemente como fuerzas extranjeras invasoras durante la Guerra de la Independencia no es de recibo comprobar el tratamiento que desde muchos medios se otorga a las fuerzas norteamericanas y sus aliados en Irak.

Necesitamos unos medios de comunicación honestos y coherentes que garanticen y ejerzan la libertad real de expresión, aún a pesar de las enormes presiones de los grandes grupos políticos, financieros y mediáticos. Necesitamos también ciudadanos libres, con criterio propio, bien informados, resistentes a tanta manipulación, dispuestos a defender y hacer realidad los valores cívicos y éticos universales.

Estamos a punto de iniciar el nuevo curso escolar. Tales necesidades y metas deben constituir el objetivo primario en cada centro educativo. *Profesor de filosofía