Las medidas de seguridad antiterrorista en la aviación civil no han dejado de crecer desde que el 11-S del 2001 unos suicidas perpetraron en EEUU el atentado más atroz y espectacular de la historia. Pero la psicosis de la Administración de Bush parece no tener fin y exige a las compañías aéreas que se avengan de forma ocasional --cuando Washington lo reclame-- a volar a ese país con policías de incógnito y armados entre el pasaje so pena de abortar ese vuelo.

La medida ya ha sido aceptada por algunas compañías --Iberia y Air Europa, también requeridas, aún no se han pronunciado-- a pesar del sensato rechazo de no pocos sindicatos de pilotos y de la patronal aérea (IATA), dado que la expectativa de dirimir a balazos toda situación dentro de un avión en vuelo puede resultar catastrófica. Quizá algún día sea posible pilotar un avión desde tierra como se conducen ya trenes desde la estación. Pero hoy eso es ciencia ficción. Y creer que la militarización de la aviación civil generará confianza o llevará a un mundo más seguro es descabellado. Extender sistemáticamente, como hace la Administración de Bush, el miedo y el uso de las armas no es un remedio, es una irresponsabilidad.