De golpe y sin preaviso la cosa se ha puesto emocionante. Tras muchos meses en los que todo parecía dormido, si no muerto, la escena política ha entrado en ebullición. Primero, unas elecciones europeas por las que ningún analista daba un duro y que, para sorpresa de todos, han puesto en evidencia que la estructura partidista en la que el sistema se ha sostenido desde hace más de tres décadas puede estar a punto de periclitar. Una semana después, y en parte también por lo anterior, el Rey abdica y en los altos estratos del poder se empieza a temer por la estabilidad del sistema. Por el momento todo indica que los próximos días van a ser tranquilos, y que la crónica política estará marcada por los procedimientos y los fastos de la sucesión. Felipe de Borbón se hará con la Corona sin mayores sobresaltos. Sus problemas vendrán después, y hoy por hoy nada garantiza que la operación del relevo vaya a salir bien. Entre otras cosas, porque buena parte de ella ha sido improvisada. Hace poco e incluso en los últimos días. A mediados de julio llegará el congreso del PSOE. Y los ojos del poder están puestos en esa cita. Porque el partido puede optar por una línea continuista o, por el contrario, irse a la izquierda para salir de su marasmo. Y esto último puede conllevar algún tipo de cuestionamiento de la Monarquía. Pero puede ser ilustrativo que más de un respetable analista extranjero no descarte que en el futuro haya un Gobierno de izquierdas en España. Y el PSOE formaría parte del mismo. Periodista