En pocas ocasiones, la ciudad de Zaragoza ha tenido, a lo largo de su milenaria historia, la oportunidad de ponerse a construir ordenadamente su futuro para satisfacer sus expectativas de crecimiento económico y cultural y para avanzar en cohesión y bienestar social. La concesión de la organización de la Expo del año 2008, obtenida por méritos propios frente a las candidaturas de Salónica y Trieste, nos brinda ahora esa ocasión de oro.

No se equivoca el alcalde de Zaragoza, Juan Alberto Belloch, cuando, metafóricamente enmarca la candidatura ganadora de Zaragoza en una "guerra entre ciudades" de dimensiones similares, empeñadas en competir entre ellas y en sobresalir, entre todo el conjunto, por algún atributo que las hace especiales y únicas. Esa "guerra" existe y es uno de los principales productos de la globalización, un proceso a escala mundial que ha ensanchado los límites del mundo y, paradójicamente, ha producido también un fenómeno inverso de acercamiento y competencia, no ya con el entorno inmediato, sino incluso con urbes del otro lado del mundo.

Sólo aquellas ciudades que sean capaces de especializarse en algún aspecto importante de la actividad humana, que sean capaces de brillar con luz propia y de convertirse en referencia planetaria tienen garantizado el desarrollo material y humano.

Por eso es tan importante que Zaragoza haya escogido el tema del agua como eje central de su Exposición Internacional. Porque el agua --su abundancia o su escasez, su administración en suma-- va a ser uno de los grandes argumentos de este siglo XXI. Un siglo que va a conocer una crisis mediambiental a una escala hasta ahora desconocida y que alterará de manera profunda la convivencia a escala planetaria. Como ha señalado Robert D. Kaplan, uno de los analistas mundiales más lúcidos: "La escasez medioambiental avivará los odios existentes y afectará la relaciones de poder" en todo el mundo.

SI ZARAGOZA hace bien su trabajo, antes y después de la propia Expo 2008, no cabe duda de que la ciudad puede convertirse en un observatorio privilegiado a escala mundial de la evolución de ese recurso medioambiental que es el agua, cuya escasez o abundancia marcará a fuego el bienestar o inquietud de regiones enteras del planeta Tierra. Nuestra ciudad puede acoger los centros de estudio y reflexión necesarios para convertirse en referencia mundial del uso del agua y para especializarse en un aspecto que ya sabemos vital para la evolución de la humanidad.

Ello va a exigir un trabajo a corto plazo como es organizar una Exposición internacional modélica, que permita transformar profundamente la ciudad en todos sus niveles y fortalecer su tejido social y urbano. Pero, sobre todo, obligará a largo plazo a trabajar pensando en el día de después, en cómo hacer posible ese sueño de futuro que, hoy, acaba de dar su primer paso.

Zaragoza es una de esas ciudades que en demasiadas ocasiones está siempre a punto de romper, de explotar, de alcanzar el cielo, y para ello se ha argumentado que su situación geográfica es estratégica, que cuenta con suficientes recursos naturales, etc, etc, etc. Pero siempre se ha quedado corta en sus aspiraciones, a un paso de conseguir las metas a las que como ciudad ambiciosa debe aspirar y, a veces, con un cierto sentido de frustración.

SE HA TRABAJADO bien en la etapa preparatoria, y a la Expo en el año 2008 hay que llegar con los deberes cumplidos y con una ciudad más atractiva y habitable. Pero esa sólo será una parte, aunque no pequeña, de las tareas pendientes. Hay que pensar, desde este momento, en qué modelo de ciudad se quiere que surja de esa ocasión histórica y qué grado de excelencia se quiere alcanzar dentro de las legítimas aspiraciones de los zaragozanos. Por eso, ahora sí.

*Director Editorial y de Comunicación del Grupo Zeta