El discurso de investidura pronunciado ayer por el próximo presidente del Gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero, y en general todas sus intervenciones en el Parlamento de la nación, han traído normalmente una corriente de aire fresco a la vida política española que permite abrigar la esperanza de que el país va a afrontar los próximos años una etapa en claves de progreso y tolerancia.

A quienes antes, durante y después de la campaña electoral acusaban al líder del PSOE de carencia de un programa claro de acción y de proyecto político, el nuevo jefe del Ejecutivo ha opuesto, con aplomo, tono dialogante y serena rotundidad, una completa agenda de medidas y acciones a corto, medio y largo plazo que puede garantizar un nuevo periodo de estabilidad y crecimiento económicos, regenerar y devolver la pluralidad e ilusión a la vida política del país y promover las dinámicas de cambio que una sociedad abierta, como es hoy la española, demanda.

SON MUCHOSlos puntos de interés que los analistas políticos han creído necesario destacar en la intervención parlamentaria del nuevo presidente del Gobierno español. Pero, probablemente, el mayor valor de su discurso, bien modulado y trabado, es que ha sido capaz de diseñar cuáles son los ejes conceptuales de una socialdemocracia a la española que, sin renunciar a la fecunda y respetable tradición europea, traza los caminos de progreso para un país que se siente plenamente europeo en lo político, occidental y mediterráneo en lo geográfico y moderno y avanzado en lo social.

El gran debate del socialismo contemporáneo --y ello se trasluce perfectamente en las intervenciones de Rodríguez Zapatero-- no es ya ni la consecución ni el mantenimiento del Estado de bienestar, enseña programática tradicional de la izquierda democrática, sino su superación y necesaria adaptación a las demandas de comunidades que tienen hoy mucha más vitalidad y viven complejísimos procesos de adaptación a escala planetaria y local.

El hilo conductor oculto, aunque muy perceptible, de la propuesta del líder socialista es, de un lado, la aplicación sensata, medida e intencional de todas aquellas políticas, incluidas algunas del Gobierno anterior del PP, que han demostrado tener probada eficiencia, sin renunciar a las que definen su propia posición ideológica; y, de otro, su expreso y aparente sincero deseo de combatir la que quizás sea la enfermedad más peligrosa del modelo político vigente: la desafección democrática. El alejamiento del ciudadano común del generalmente considerado como el menos malo de los modelos políticos posibles.

El distanciamiento de generaciones enteras de españoles de la vida en democracia, salvo en momentos excepcionales, era, y lo sigue siendo todavía, una amenaza grave para todo nuestro sistema de convivencia y uno de los déficits enteramente indeseables de una transición política que ha sido modélica en tantos otros aspectos. Lleva razón el nuevo presidente del Gobierno al hacer de la regeneración de la vida pública el eje de su acción en las instituciones. Y lleva razón al concitar todas las voluntades en una tarea --España-- que, con todos los matices y diferencias que se quiera, sólo tiene sentido si se aborda como proyecto común.

EN SU ACTITUD, pero también en su programa de acción, Rodríguez Zapatero, está demostrando que una nueva generación política ha tomado el relevo en el país y que éste no es un Gobierno socialista más, el quinto en 25 años de democracia. Su equipo y él poseen un bagaje teórico propio, un discurso más directo, transparente y creíble y, sobre todo, una nueva sensibilidad para afrontar los complejos retos de un Estado moderno en un mundo globalizado y las expectativas de una sociedad que, para lo bueno y para lo malo, se ha incorporado plenamente a las preocupaciones y esperanzas del siglo XXI.

No sería de extrañar, por tanto, que José Luis Rodríguez Zapatero, la gran sorpresa de las últimas elecciones generales, ese segundón por el que nadie daba un céntimo de euro hace tan sólo unas semanas, se convierta en unos cuantos años en uno de los líderes destacados del nuevo centroizquierda europeo y en un referente ideológico tan poderoso al menos como el la Tercera Vía del tándem Blair-Giddens, que supone el desarrollo de un proyecto político moderno que supere las ideas anticuadas de la vieja izquierda y las contradictorias de la nueva derecha.

El nuevo Gobierno tiene como tareas prioritarias, y ojalá que no defraude las expectativas de cambio que ha suscitado, las de serenar y reencauzar la política española, eliminar focos de tensión y de conflicto entre instituciones y territorios y devolver el protagonismo a la normalidad y al encuentro, que nunca hubiéramos debido dejar que se perdieran como valores permanentes de civilidad, tolerancia y progreso.

*Director editorial del Grupo Zeta.