Con rotundidad Pedro Sánchez dio ayer la campanada y se impuso a Susana Díaz en las primarias del PSOE. Por segunda vez consecutiva, Sánchez se convierte en secretario general gracias al apoyo de la militancia, pero esta vez su victoria tiene un sabor muy diferente. Si la primera vez Sánchez era el candidato que gozaba del apoyo del establishment socialista, esta vez era el outsider tras haber sido descabalgado el pasado mes de octubre por el comité federal poco antes de la investidura de Mariano Rajoy. Convertido casi en un apestado político, a Sánchez no le han pasado factura ni su falta de credibilidad ante muchos militantes del partido, ni la campaña de descrédito, ni las dos elecciones consecutivas que perdió ante Rajoy ni su incapacidad para lograr pactar con Podemos un Gobierno de progreso. Fiel al signo de los tiempos políticos, la militancia del PSOE ha dado un soberano portazo al partido de toda la vida que simboliza Díaz y se echa en brazos de un Sánchez que, pese a no ser un nuevo dirigente, sí propone un nuevo discurso. Hasta qué punto el cambio de Sánchez es real o solo un trampolín con el que regresar a la secretaría general es una de las incógnitas que el nuevo dirigente socialista debe empezar a dilucidar.

La derrota en las primarias supone un fracaso sin paliativos para Díaz. Tras años de tacticismo, la presidenta de la junta de Andalucía finalmente se había decidido a dar el paso al frente en estas primarias, y ha sido derrotada pese a contar con el apoyo del aparato, de la mayoría de los barones y de los líderes históricos del partido. Al final, Sánchez tenía razón: son mayoría los militantes que no entendieron que el PSOE propiciara el regreso a la Moncloa de Rajoy.

Ahora le toca al líder renacido un difícil proceso de reconstruir lo destruido. El PSOE lleva mucho tiempo equivocándose, y Sánchez tiene un buen puñado de errores en su haber. Sería otra equivocación entretenerse en vendettas políticas cuando lo que necesitan el PSOE, y España, es un sólido proyecto de gobierno alternativo al del PP. Y en esa recomposición tendrán mucho que decir esas baronías volcados con el apoyo a Díaz. El aragonés Javier Lambán, como otros líderes territoriales, tendrán que reconstruir puentes, reconocer errores, arropar al nuevo líder y entender que deben acercarse más a la militancia y escucharla. Lo que es tanto como decir: retomar el pulso de la calle.