El Banco de España, tan celoso de los informes que dibujan la realidad económica del país y con su habitual adoctrinamiento sobre las necesidades que favorecen el desarrollo, dejó claro la pasada semana su visión sobre el ahorro y las consecuencias de futuro. Tiró de las orejas a las familias de menos renta, el eufemismo para designar a los pobres desde una sede de tanto pedigrí, por que no ahorran lo suficiente y, claro, se están metiendo en un consumo financiado que si vienen mal dadas les puede crear problemas. Suena a bronca y a pedir a los más vulnerables --que bastante tienen con vivir el día a día--, que hagan cursos de economía aplicada para que no les pille el toro si al mundo mundial le da por otra recesión. ¿Les suena aquello de vivir por encima de nuestras posibilidades que se convirtió en catecismo tras la debacle financiera de la última crisis, sobre cuyas consecuencias sociales todavía chapoteamos? Pues eso. Cómo debió sentar el pescozón de arriba a abajo que hasta la ministra de Economía, Nadia Calviño, tuvo que salir con una obviedad: «Si una familia no puede llegar a final de mes, no puede ahorrar». Blanco y en botella. Pero al día siguiente, como si esto no tuviera que ver con la reforma laboral, afirmó que «no es productivo deshacer o reformar las reformas», apostando por trabajar ya en un Estatuto de los Trabajadores del siglo XXI. El presidente en funciones lo ratificó ante los empresarios en Sitges este fin de semana. No parece labor de un día. Así que mientras tanto, las reglas son las que son y el que tenga fuerzas que pedalee, incluso en Glovo.

*Periodista