Los ciclos económicos, como bien indica su nombre, tienden a una insistente reiteración. Ayer tocaba un eufórico y optimista consumo; mañana tornarán de nuevo las vacas flacas. Así viene siendo desde la noche de los tiempos, cuyos jubilosos amaneceres invitan a disfrutar al máximo los placeres del presente, cuando todavía no es tiempo de lamentaciones. Es entonces cuando estimulados por una publicidad provocadora y una oferta muy atractiva, la previsión por el futuro queda un tanto lejana; a pesar de todo, no faltan espíritus precavidos que intentan reservar una mínima parte de su renta para garantizarse una jubilación relativamente sosegada. Claro que, también son muchos, muchísimos, quienes quisieran ahorrar, pero bastante tienen con llegar a fin de mes.

En cualquier caso, aquellos contribuyentes que detraen una parte de sus ingresos merced a la frugalidad de una existencia austera, bien podrían esperar que cuando toque aplicar tal ahorro para su propia subsistencia, el fisco exhiba un talante comprensivo y respete en lo posible el caudal atesorado. ¡Vana ilusión!: cuando llegue la hora feliz de la jubilación, el mordisco en la declaración de la renta se hará notar, como ya lo hacen también las comisiones y otros gastos que minan el fondo acumulado mes a mes. Si para algunos privilegiados la creación de un fondo de pensiones responde a criterios de desgravación fiscal, para los pequeños ahorradores la hucha significa exclusivamente una ayuda para la vejez. En este caso, la recuperación en forma de reintegros mensuales del caudal acopiado, bien merece un trato de favor que tenga en cuenta la precariedad del receptor. Cuando tanto se alude a la fragilidad del sistema público de pensiones, la penalización del ahorro previsor es pura incongruencia. H *Escritora