La entrevista que este diario ofrecía el pasado domingo con Gustavo Alcalde, presidente del PP-Aragón, deparó interés. Más, teniendo en cuenta que el entrevistado no acostumbra a prodigarse demasiado.

El presidente popular debió sorprenderse de que Nicolás Espada y Raquel Lozano comenzasen su batería de preguntas con los fallecidos del Yak; seguramente ese gambito bloqueó las respuestas previamente discurridas, porque Alcalde se mostró en esa fase vacilante, y en absoluto convincente. Fue después, cuando ya la interviú discurría por terrenos que le eran más propios, cuando el político conservador comenzó a entonarse, a ofrecer opinión y análisis.

Acertó Alcalde, por ejemplo, al atribuir mansedumbre a su principal rival, Marcelino Iglesias, a la hora de sentarse en la nueva Moncloa y apretarle las tuercas a Rodríguez Zapatero. Porque, efectivamente, el presidente aragonés se mostró en esa cita acomodaticio y disperso, y apenas pudo luego presentar ante la prensa un balance de compromisos mínimamente cerrado. No siempre, y a la experiencia me remito, resulta positiva la coincidencia de color entre los gobiernos central y autónomo; a veces, dependiendo del talante de cada cual, puede resultar incluso perjudicial. Obviamente, Alcalde utilizará en el debate de la región el exceso de cortesía de Iglesias, así como los olvidos de Zapatero, con respecto a Aragón, en su discurso de investidura.

Más elíptico se manifestó Alcalde hablando de las cuitas de su propio partido, el PP-Aragón, que a estas horas es una jaula de grillos, con candidatos alternativos e intrigas mil. Ahí está Atarés, por ejemplo, tan correoso como siempre, haciendo valer sus poderes provinciales y resistiéndose a abandonar la jefatura de la oposición municipal en beneficio de Domingo Buesa, el recambio por elevación. Con Atarés, Alcalde tiene un buen grano, y las tensiones que entre ambos han menudeado desde las últimas derrotas electorales no han hecho sino acrecentar esa enemiga interna. Los prólogos congresuales, con la tímida renovación de Rajoy y la retirada de Rudi de la política aragonesa se presentan de esta forma más enconados que nunca. Alcalde o Atarés... podría ser la cuestión.

En el capítulo de errores, Alcalde volvió a cometer otro y el mismo. Trazó, inasequible al desaliento, una implícita y renovada defensa del trasvase del Ebro, asegurando que para nada perjudica los intereses de Aragón, y desviando la atención hidráulica hacia los incumplimientos y demoras del Pacto del Agua, en cuyo entorno el PP mantiene aún una posición dogmática.

La obstinación de Alcalde en preservar, como bandera política, partidista, de presente y futuro, el trasvase del río Ebro, desmiente su marchamo de candidato con carisma propio. Ha tenido, y sigue teniendo, una ocasión inmejorable para, a la vista de las circunstancias (de la derogación de la Ley del Plan Hidrológico) expresar una prudente renuncia a esa loca y antiaragonesa reivindicación. Pero Alcalde seguirá plegándose a los póstumos deseos políticos de Aznar, y , si vuelve a ejercer de candidato a la DGA, en su programa aparecerá esa temida sombra. ¿No entiende que con esa hipoteca nunca será presidente?

*Escritor y periodista