En la espectacularización de la política que condiciona notablemente la opinión pública hay una propensión creciente a agigantar los banquillos de acusados. Por eso intento contribuir a ello lo menos posible y me propongo evitar los juicios sin tener todos los elementos sobre la mesa y guardar mis veredictos tan solo para los amigos. Ya hay suficientes vocaciones de verdugo como para sumar otra. El imprescindible (y cada vez más ausente) espíritu crítico se está confundiendo cada vez más con el linchamiento y el exceso de consideraciones morales. Por ello, tomar decisiones urgentes sobre los alcaldes de localidades que tienen menos población que alguna residencia de ancianos y se han vacunado antes de tiempo suena a acto de contrición de los partidos que, como el PP o el PSOE, han mostrado tradicionalmente mucha pereza a la hora de tomar decisiones sobre comportamientos y actitudes no solo poco éticas, sino en algún caso investigadas e incluso juzgadas.

Ha trascendido que el alcalde de Asín, socialista, y el de Luesia, popular, han accedido a una de las codiciadas vacunas sin que formaran parte del grupo prioritario. Un hecho censurable porque hay que ser muy escrupuloso en el cumplimiento de las normas y mucho más en una situación tan grave como esta. Hay quienes justifican el hecho por considerar que son los que a diario dan la cara por sus vecinos, la mayor parte sí de grupo de riesgo, lo que les convierte en vulnerables. Otros muestran su enfado por lo que consideran un abuso de poder en un momento en el que muchas personas necesitan esa vacuna con más urgencia y aún no la han recibido. Que se investiguen estos y otros casos y si se aprecia que ha habido abuso de autoridad en una situación tan crítica caiga toda la condena social y legal posible. Mientras, prudencia.

Lo sorprendente es la rapidez con la que, los partidos de ambos alcaldes tomaron decisiones cautelarísimas contra dos personas que ejercen un puesto de responsabilidad pública y que por ello deben tener una actitud irreprochable. Sin embargo, convendría recordar que este tipo de cargos políticos viven todos los sinsabores asociados a su puesto y casi ninguno de los beneficios de formar parte de la política. Se echó de menos la misma diligencia cuando otros cargos, esos sí con sueldos interesantes y apoyos de alto rango, han tenido o tienen problemas mucho más graves y que incluso están en la Justicia .

Durante la pandemia, los alcaldes de pequeños municipios han sufrido tanto o más que los políticos de primer nivel, sin que sus lágrimas hayan copado primeras planas y sin que nadie les haya aplaudido en los balcones. Eso no justifica que se tengan que vacunar los primeros, pero es sorprendente la celeridad con la que en este caso se han puesto en marcha todos los mecanismos disciplinarios. Que así sea siempre, porque aunque se ha ganado en los últimos años, falta mucho camino.

Al PP y al PSOE se les llena la boca a la hora de elogiar el municipalismo y la labor de sus alcaldes y concejales, sobre todo cuando se les necesita. Los partidos cada vez tienen más dificultades en Aragón para encontrar personas que se comprometan en sus listas para gestionar pueblos sin apenas presupuestos, envejecidos con muchas necesidades y desvelos las 24 horas del día.

Hay costumbres relacionadas con las administraciones locales con las que se es más permisivo desde hace décadas. Si uno de esos alcaldes lleva apoyos a los líderes para su crecimiento político, los expedientes disciplinarios y los comités de garantías son un poquito más lentos y en el mejor de los casos nunca pasa nada. También es muy condenable utilizar administraciones provinciales y comarcales para situar a personas que se quedan fuera de otras listas más apetecibles, o que algún familiar o amigo se coloque con remuneración en algún organismo dependiente. Esas cosas suceden y son aceptadas con naturalidad, sin que ningún partido muestre una ejemplaridad tan intachable y destierre unas prácticas tan poco edificantes. Una actitud poco ética no tapa otra, pero las dobles varas de medir o ser fuerte con el débil, algo por cierto muy habitual en los partidos, tampoco son muy reconfortantes ni mejoran la política.