Pensé, que las incidencias de estos días atrás acerca de las cuatro cabezas que figuran en uno de los cuarteles del escudo de Aragón, era cosa de reírse y así podría ser porque tienta tomar el asunto por su lado más humorístico, pero es también cosa de meditar un poco la rápida reacción de tantos aragoneses oponiéndose, por derecho, a cualquier cambio en un escudo con diez siglos de historia. Ello me hace recordar unos versos de Machado que van con la ocasión: "Creí mi hogar apagado y revolví la ceniza, me quemé la mano". Bastó la noticia para que muchos se opusieran a que se toque o maquille aquel escudo.

Vuelvo a leer en Zurita, que siempre merecerá la pena, lo que escribió en sus Anales respecto del año 1096. Resulta que el rey D. Pedro mantenía sitiada a Huesca como le hizo prometer su padre D. Sancho que murió en el asedio y el rey moro de Zaragoza comprendiendo que de la defensa de Huesca dependía "la conservación de la morisma que estaba en la tierra llana", mandó ayuntar al ejército, incluidas las fuerzas de un par de condes castellanos que eran vasallos de Almozabén, el monarca moro.

Cuenta Zurita que "desde Altabás a Zuera tomaba el ejército de los moros" y que "desde las riberas del Ebro hasta las del Gállego, iba cubierto de gente". Pero "con grande esperanza", salió D. Pedro con su ejército para darles la batalla "a un campo que decían Alcoraz" y que sigue llamándose así.

El caso fue que pese a la enorme diferencia de número entre los moros y los cristianos, D. Pedro ganó la batalla y "no porque Dios ayude a los buenos cuando son más que los malos" ya que esta vez, los sarracenos eran más y les tocó perder. Eso si; había mandado D. Pedro que "se trujese a su real el cuerpo de San Victorián" y encomendándose al santo mártir "salió a dar la batalla a los moros", persistió en ella y "venció a aquella innumerable multitud de gente", que un verdadero ejército no es una manifestación ni una marcha verde.

Zurita cuenta que "según la historia de San Juan de la Peña", San Jorge se apareció aquel día a los cristianos e insiste en que estos peleaban contra "innumerables copias de infieles". Muy prudentemente, Zurita afirma que pudo ser cierto lo de San Jorge, observando que en lo demás, basta que se admita por verdadero lo que parece verosímil, ateniéndose a la opinión de la gente y concluyendo el cronista que él "ni piensa afirmarlo por constante ni contradecirlo". Ahí queda eso; Zurita sabía latín, sin duda. Paradójicamente, el historiador más relevante de Aragón, trabajó en la secretaría de Felipe II, el rey que tanto se involucró en las cosas de Aragón y generalmente, para mal.

El rey D. Pedro también debió creer en la intervención de San Jorge porque mandó edificar una iglesia en el lugar de la batalla, "a honra y gloria" del capadocio "patrón de la caballería cristiana" y el rey tomó como divisa "la cruz de San Jorge en campo de plata con cuatro cabezas rojas por cuatro reyes y principales caudillos que en esa batalla murieron". En ese pasaje no se mencionan ni cabezas moras ni cabezas cortadas aunque si era claro que la lid la perdieron los sarracenos y que sus líderes murieron honrosamente; el escudo es su memoria.

Siendo la batalla vencida, volvió el rey sobre la ciudad, Huesca se le rindió y entró en ella el 27; la batalla la data Zurita el 25 de noviembre de 1096 y no sería justo olvidar que en ella participó un tal Alonso Sánchez, de veintitantos años, guerreando "en la avenguarda" y seguro que no fue manco; era el hermano del rey, nada menos que el más tarde llamado Alfonso I el Batallador, el monarca que más territorios incorporaría al Reino de Aragón y que de una larga correría por Levante y Granada se trajo la población mozárabe que tanta falta nos hacía.

Tras seguir leyendo otras Cartas al director que insisten sobre la defensa del escudo como la historia y acaso alguna fabulación nos enseñó, decidí apuntarme al tema y recordar que la historia puede interpretarse de distintas maneras pero que no puede derogarse de ninguna. Somos los que somos si y también algo de lo que ayer fueron otros que nos precedieron y contribuyeron al vivo modo de ser colectivo de esta comunidad. Lástima grande que no acabemos de creernos a nosotros mismos, ni de transformar ese sentimiento aragonesista el amor a lo propio, en una fuerza política que no renuncie a su pasado, ni deje que se avasalle nuestro ahora problemático futuro. Tenemos por delante nuevos alcorazes y no creo que San Jorge pueda venir todos los días a echarnos una mano. Donde no haya milagros y apenas se crea en ellos, tiene que haber industria.