Poco a poco, al calor del triunfo, van conociéndose nuevos detalles, ecos y anécdotas de la campaña que nos ha abierto las puertas de la Expo 2008. Caso de haber perdido --tal es la ingratitud, o el realismo, de la opinión pública--, todos esos esfuerzos habrían quedado sepultados en el silencio o la crítica, pero ahora, a la luz de la victoria, creemos estar en condiciones de traducir esos gestos, pactos e intrigas en elementos o patrimonios de nuestra acción política. En intangibles bienes, tanto o más gratificantes que el placer del éxito o la solidez de un proyecto al alcance de la mano.

Me estoy refiriendo, sobre todo, a la proximidad, el calor y la complicidad del poder. Al hecho de que el Rey descuelgue con frecuencia el teléfono o el presidente del Gobierno saque de la cama al alcalde de Zaragoza para hablar del futuro. A la grata circunstancia de que una vicepresidenta se desplace a París, aplazando todos sus compromisos, y se deje la piel negociando votos decisivos hasta pocas horas antes del fallo. A que un ministro como Moratinos, al que han querido denostar, pero que en el mundo de la diplomacia es un peso pesado, haya trabajado codo con codo con nuestra candidatura, contribuyendo a convertirla, también, en un éxito de nuestra política internacional. O a que otro ministro como el de Economía, con fama de tacañón, haya firmado un protocolo millonario para hacer frente a la Expo con partidas del Estado.

No abundaré, claro, en la simple y parcial lectura de Rodríguez Ibarra, atribuyendo el triunfo de París a los encantos y seducciones de Rodríguez Zapatero, pero hay que reconocer que el gobierno y su titular se han portado. No a la manera de Berlusconi, por supuesto, pretendiendo deslumbrar con sus villas y sonrisas, sus aviones y televisiones, pero sí, supongo, autorizando a estrechar lazos allí donde el lazo del voto no estaba del todo enlazado. Estando pendientes, colaborando, impulsando... ¿Se imaginan qué hubiera pasado de suceder lo contrario?

¿Qué habría sucedido con la Expo, por ejemplo, de haber continuado Aznar en La Moncloa? No es ésta, desde luego, una buena pregunta, pues carece de respuesta real, pero no hace falta ser nigromante para deducir que el impulso del ejecutivo habría sido mucho menor. Aznar, de hecho, jamás se interesó por la Expo. No le dedicó un segundo de su precioso tiempo, no creyó en ella. Su discurso trasvasista, agresivo, colonizador, estaba en disonancia con la nueva cultura del agua. Los aragoneses fueron siempre una piedra en el zapato de Castellanos . Gente insolidaria, que lo recibía con tambores de guerra y le retiraba el sufragio. Por no recibirnos, Aznar ni siquiera llegó a recibir al exalcalde Atarés, que era, creo, del PP, y a quien por alguna oscura o inducida razón tenía enfilado. En cuanto a las cantidades que aquel gobierno, vía la vicepresidencia de Rajoy, destinó al proyecto Expo, cabe recordar que fueron ridículas.

Ahora, en cambio, en nuestro alegre despertar, nos encontramos con una clase política próxima, interesada. Con un cajón de fondos públicos para apuntalar el futuro, y con una sintonía fácil que hace predecir un productivo trabajo en común. Parece que los tiempos cambian.

*Escritor y periodista