Conocí a Alejandro de la Cal, en la primavera de 1977, en vísperas de las elecciones constituyentes de junio de aquel año. Aunque recibí tres proposiciones para encabezar en Zaragoza candidaturas de partidos de ámbito nacional, mi experiencia en la DPZ me enseñó que Aragón significaba muy poco en el conjunto de España y pensé que sería mejor ensayar una candidatura de aquí y quedar a sus resultas; ese fue el verdadero origen del PAR, creado formalmente, en diciembre de aquel mismo año.

Mi primer esfuerzo consistió en conectar con personas que apenas o nada conocía, pero de las que obtuve excelentes referencias; ninguna había participado en actividades políticas aunque contaban en general, hombres y mujeres, con experiencias asociativas; les invité a tan difícil aventura y casi todas aceptaron.

El modo de contactar con ellas fue muy sencillo: llamé telefónicamente, una a una a las personas inicialmente buscadas para preguntarles si aceptarían una conversación personal conmigo, en la que pensaba proponerles que aceptaran incorporarse a un "juego" que no les anuncié precisamente como trivial. Pocas se excusaron y a todas les sigo estando agradecido.

Una de aquellas personas fue Alejandro de la Cal y cabe decir que nos hicimos amigos tan pronto nos conocimos. No puso reparos a participar aunque sí los puso a ser candidato; dijo "sí" a comprometerse en una empresa que otros tachaban de ilusa y solo se excusó de ser candidato; in extremis , para llenar un hueco solventemente, aceptó figurar como suplente. No había en su postura escaqueo alguno, sino un excelente conocimiento de sus aptitudes.Y sin embargo, dudo que el resultado (un escaño de Zarazaga en el Senado y otro mío en el Congreso) hubiera sido viable sin haber tenido el acierto de contar con Alejandro, que representó la columna interna, sólida y eficaz, de lo que luego sería el PAR. Sabíamos que en la Candidatura Aragonesa Independiente de Centro, la CAIC, sería básico administrar con mucho rigor las pocas pesetas que pudiéramos colectar; esa y otras tareas internas, no menos serias, fueron las que asumió Alejandro, con promesa mía de ser el primero en cumplir las previsiones que Alejandro adoptara. Eso, tan simple de decir como difícil de llevar a cabo, fue la impagable tarea de Alejandro; ¡limpísima tarea!Alejandro fue, como apunto en el título de este modesto homenaje a su memoria, el ejemplar intérprete de una vida plenaria; solía quedarse en la sombra de las empresas pero siempre se notaba su positiva presencia, sin él pretenderlo. No estoy en condiciones de especificar la suma de iniciativas y de colaboraciones con las que contribuyó a lo largo de su existencia en trabajos colectivos y las más de veces, desinteresados. Me consta que fue decisiva su presencia en los inicios del Stadium Casablanca y en el renacimiento de la Acción Social Católica zaragozana y creo recordar que participó también en el Patronato Social Católico de Torrero; hay muchos ejemplos.La más alta versión del ser humano requiere de cada uno, que sea una persona, que sepa servir sin servirse, respondiendo las veces precisas al compromiso asumido y a la necesidad de seguir la noble inclinación que bulla en nuestro interior y que nos aparte de la vacuidad. Decía Ortega que la vida es constitutivamente, un drama porque consiste siempre en la lucha frenética por conseguir ser de hecho, el que en principio, solo somos en proyecto. La personalidad no es más que la consecuencia de ser a todo riesgo y asumir con la gallardía precisa, nada menos que las consecuencias de ser persona o bien al contrario, un trampantojo que oculta lo que tristemente seamos.Al acabar la misa de despedida, que no de olvido, su hija Teresa leyó, sin duda en nombre de su madre

Zarazaga

Ortega

TeresaMª Pilar