Uno de los efectos de la actual pandemia de coronavirus es el deseo de información. Bastantes ciudadanos están siguiendo diariamente las noticias que se nos facilitan por los más diversos medios y una parte de esa información trata de la evolución en otros países. Y uno de los que más está llamando nuestra atención es Alemania.

Hablando positivamente de la forma en la que están gestionando todo lo relacionado con el covid-19, un amigo me dijo lo siguiente: ¡Ojalá en España tuviésemos el modelo alemán! A lo que yo le respondí lo que parecía ser una broma, pero no lo era: para eso nos falta lo principal y es que allí hay alemanes.

Sobre este país, y sobre todos, hay muchos estereotipos y uno, que me interesa resaltar hoy, es el de la uniformidad. Creemos que lo alemán es y ha sido siempre algo único, con mentalidad y cultura homogénea. En España una cierta culpa de que esto se entienda así la tuvo nuestra educación, donde se nos hacía estudiar la vida del emperador Carlos, primero de España y quinto de Alemania, dando a entender que por el norte de Europa había un país con ese nombre y con una historia de muchos siglos. La realidad es muy otra puesto que los vaivenes territoriales han sido en esa zona la norma, por mucho que Otto I se hiciese coronar en Roma como emperador, haciendo así nacer el Primer Reich en el año 962. Hasta 1871, cuando el 18 de enero, tras su victoria en la guerra franco-prusiana, naciese el Segundo Reich con la coronación en Versalles de Guillermo, los reinos, principados, ducados y demás formas de gestión política fueron la norma (¿se acuerdan de Prusia?). Hitler dio vida, el 30 de enero de 1933, al Tercer Reich, y tras la Segunda Guerra Mundial los alemanes se dividieron en dos Estados, llegándose a la situación actual, con la reunificación de 3 de octubre de 1990.

Más allá de estos vaivenes territoriales y políticos, lo que me interesa destacar es que su constitución, ley fundamental de Bonn de 8 de mayo de 1949, ha sido reformada en bastantes ocasiones y, recientemente, con cierta profundidad. El 1 de septiembre de 2006 entró en vigor la reforma sobre la que quiero poner el foco. La organización política de Alemania es la de una república federal. En la actualidad son 16 estados y en los últimos años el encaje de la antigua RDA en el engranaje democrático de la RFA ha sido muy complicado por lo que una revisión del modelo constitucional era algo demandado por ciudadanos y partidos políticos. Se puso en marcha un proceso, necesariamente largo, en el que se dio voz a todos los agentes, institucionales o no, que quisiesen participar, finalizando, como establece la constitución, en el parlamento con una fuerte mayoría de dos tercios a su favor. Universitarios, ayuntamientos, estados federados, partidos, grupos parlamentarios, asociaciones diversas, todos han colaborado en esta ambiciosa reforma. ¿Cuál es la clave? Solo una: la voluntad. Creen necesaria la reforma y se ponen a trabajar en ella. Sin apriorismos, sin líneas rojas, sin vetos. Por supuesto que hay minorías que no están conformes, pero una enorme mayoría de ciudadanos están a favor de lo logrado.

Responsabilidades

¿Y en España? Pues parece imposible. Y a la hora de repartir responsabilidades no podemos ser equidistantes. Hay quienes lo intentan y quienes lo impiden. Y hay que decirlo así. La actitud del principal partido de la oposición está siendo antidemocrática e, incluso, contraria a la constitución. Cuando se niega a aprobar los presupuestos, está en su derecho, eso sí entra dentro del juego democrático. Lo mismo cabe decir cuando vota en contra de la prórroga del estado de alarma o de que se constituya una comisión sobre el rey emérito. Puede, es conforme a la ley, gobernar en alguna Comunidad Autónoma o ayuntamiento con el apoyo más o menos explícito de Vox. Hasta ahí, sí, puede tomar la decisión que crea oportuna. Pero negarse a la renovación de dos órganos tan importantes como el Consejo General del Poder Judicial y el Tribunal Constitucional, eso sí que no. Ahí no está jugando limpio, no está participando en las relaciones necesarias en el engranaje constitucional. Dicho de forma rotunda y clara: no está teniendo la voluntad de colaborar, de hacer de España una democracia sólida. De nada nos sirve reclamar y desear un modelo alemán cuando no hacemos funcionar el que tenemos. Es muy fuerte lo que voy a escribir, pero lo creo así: Pablo Casado no cree en la democracia. Alargar dos o tres años más la permanencia en esos órganos de personas que han finalizado sus mandatos es pudrir las instituciones.

¿Qué opina Núñez Feijoo de esto? ¿Y esos miles de ciudadanos conservadores no radicales que votan al PP? Entre todos debemos conseguir que el principal partido de la oposición entre en razón y entienda que el entramado institucional está en la esencia de la constitución democrática que todos decimos defender. En esto sí podríamos ser como los alemanes.