Seguro que hay muchas claves que desconozco en este rigodón sin mucho sentido aparente en el que andan enfrascadas las izquierdas (PSOE y Podemos en particular) para formar un gobierno progresista, un gobierno de izquierda, o como quiera que lo digan, sea de coalición, de cooperación, a la portuguesa (como el bacalao) o a la vasca (como la merluza). Y lo he llamado rigodón, no con ánimo de burla o de molestar, sino porque llamar a lo que hemos visto hasta ahora «negociaciones para formar gobierno» supone, como poco, ignorar supinamente las formas de la negociación, contrastadas en política desde tiempo inmemorial.

Más bien parecería uno de esos antiguos bailes en los que, a un lado, se ubicaban unos (los hombres) y enfrente, los otros (las mujeres). A distancia se citaban, daban pasitos adelante y atrás, hacían reverencias, zalamerías… y, en un momento dado, avanzaban unos hacia las otras y se enlazaban de dos en dos para iniciar la danza… lo que duraba pocos segundos porque, al cabo, volvían a observarse desde la distancia y a hacerse todo tipo de incitaciones, en una suerte de vuelta a empezar inacabable que recuerda inevitablemente las idas y venidas de los negociadores durante casi tres meses.

Pues bien, ya digo, algo se me escapa porque no entiendo nada de lo que está ocurriendo.

Empezando por la tardanza en sentarse a negociar. Con los resultados de la noche electoral, y con las declaraciones de unos y otros sembrando el tablero de líneas rojas, quedó claro que no había ninguna otra alternativa que no pasara por el entendimiento entre socialistas y podemitas. Es verdad que no sumaban mayoría absoluta y que necesitarían apoyos externos en forma de votos favorables o abstenciones, pero también quedó claro que no habría muchas dificultades para alcanzar esos apoyos.

Quedaba, pues, sentarse para diseñar el programa de gobierno que impulsarían esas dos fuerzas mayoritarias. Y hasta eso parecía sencillo porque venían de un proyecto de presupuestos pactado entre ambos y echado abajo por la oposición, lo que dio lugar a las elecciones. Unos presupuestos son lo más parecido a un programa de gobierno para un año y tienen la ventaja de que las políticas que pretenden desarrollar no vienen escritas en letras, sino en números, que siempre son más sólidos. Proyectar hacia una legislatura completa las ideas que inspiraron esos presupuestos no nacidos parecía una buena base para empezar la negociación.

Bueno, pues no. El programa de gobierno se aparcó para iniciar un largo y tedioso debate sobre si el ejecutivo debería ser de coalición o de cooperación. Y, a falta de una negociación cuerpo a cuerpo, las redes sociales se convirtieron en el salón de baile desde donde se hacían cucamonas (y se amenazaban con poco disimulo) unos y otros.

La polémica, cada día idéntica a la de la víspera, se convirtió en un larguísimo Día de la Marmota. Y las fechas se echaban encima. Finalmente se aceptó el Gobierno de coalición, y empezó el rigodón sobre cuántos ministros me tocan a mí y los nombro yo. Ni yo entendí por qué Iglesias rechazó la última oferta (tres ministros en áreas de políticas sociales y una vicepresidencia), ni lo entendió Gabriel Rufián, transmutado en paladín del sentido común.

Y después, ya con el reloj galopando hacia una nuevas elecciones que nadie desea (o dice desear), tampoco les corre prisa reunirse para negociar. A finales de mes, dicen, y en un nuevo alarde de política creativa, Pedro Sánchez deja de reunirse con las fuerzas parlamentarias que deben votar su investidura y comienza una tournée para reunirse con sindicatos, patronales, asociaciones de mujeres y todo lo que se ponga a mano. Es difícil imaginar el efecto de estas reuniones a la hora en que sus señorías tengan que emitir el voto.

O sea, que no entiendo nada.

Excepto que… a ver, sí, hay una explicación que lo cuadraría todo. Imaginemos por un momento que el objetivo real no ha sido nunca un gobierno de izquierdas, ni de coalición ni a la portuguesa. Imaginemos que el objetivo es el otro gobierno que soportaría la aritmética parlamentaria: PSOE-Ciudadanos. En ese caso, se entiende que, deliberadamente, se estén cerrando las vías a la primera opción.

Sí, las descalificaciones desde la dirección de Ciudadanos han ido muy lejos (la banda, el botín…). Así que un giro de ese calibre debería poder justificarse, venderse y publicitarse como un sacrificio por el bien de España, a punto de despeñarse hacia las cuartas elecciones en cinco años. Ya saben: lo que importa es el relato.

Y, ahora que lo pienso, todos contentos. El Ibex 35 encantado. Sus empleados del poder mediático, contentos y atareados, de tertulia en tertulia. Y los políticos europeos, satisfechos con otros cuatro años de gobierno liberal-reformista. Todos contentos, menos la izquierda, claro, que habrá dejado pasar una oportunidad de oro para demostrar que es posible otra política.

En fin, no… no puede ser. Seguro que eso no va a ocurrir, lo que pasa es que me falta algún dato y por eso no entiendo nada de lo que están haciendo. Cuando tenga ese dato comprenderé. Y me arrepentiré de haber sido tan mal pensado.

*Diputado constituyente del PSOE por Zaragoza