Aragón ha vivido esta semana su fiesta anual por San Jorge en un ambiente social y político gélido, sin apenas reivindicaciones y con discursos institucionales vacíos. Atrás quedan las celebraciones del 23-A con la sociedad aragonesa movilizada para reclamar más autogobierno o para defender la integridad de la cuenca del Ebro frente a los trasvases. Ni siquiera las tradicionales demandas, en forma de obras hidráulicas o carreteras, y otras peticiones de atención al Gobierno central, encontraron hueco en una jornada más lúdica que reivindicativa. Hoy son apenas recuerdo, y de no ser por su clara dimensión cultural, el día de San Jorge languidecería aún más.

Los actos institucionales de las Cortes y del Gobierno autonómico, que desde el mandato de Luisa Fernanda Rudi se han fundido en uno solo en el Palacio de la Aljafería de Zaragoza, fueron insulsos, más allá de servir de escenario para la entrega de los principales premios de la comunidad. Poca participación y frialdad, con mensajes bienintencionados pero muy limitados por un escenario de crisis que atenaza a los poderes cercanos y desencanta a los ciudadanos. El presidente del parlamento, José Ángel Biel, insistió en su alocución en que la mayoría de las soluciones a los problemas cotidianos de los aragoneses habrán de producirse en Aragón, pero la realidad es palmaria y contradice su buena voluntad. Casi tanto como el convencimiento popular de que las decisiones importantes se toman cada vez más lejos, en Bruselas, en Berlín o en Washington, y atendiendo a intereses económicos o estratégicos, por encima de la defensa real de las personas. Biel reivindicó la política frente a la mera gestión de competencias, sin que sus palabras pasaran de declaración de intenciones.

Algo parecido le ocurrió a Luisa Fernanda Rudi, obligada a insuflar un mensaje de ánimo, firmeza y autoestima que quedó subyugado por su sinceridad cuando reconoció que serán necesarios nuevos sacrificios para defender los servicios esenciales. ¿Más?, se pregunta el paciente gobernado, tres años después de comenzar una etapa de ajustes y recortes que ha dejado a la sociedad abatida y perpleja. A la falta de liderazgos políticos se une el lógico distanciamiento y la apatía de una ciudadanía hostigada por la crisis. Por no notarse, este 23-A no se notó ni la cercanía de unas elecciones europeas que se suponen importantísimas para el futuro.

El distanciamiento de Aragón con la celebración de su patrón no es un caso aislado. Si atendemos a las informaciones publicadas en la comunidad vecina de Castilla y León, tampoco allí el 23 de abril, día de la comunidad, fue caluroso y participativo. Menos gente que nunca en el escenario donde se conmemoraba el levantamiento comunero contra Carlos I, mensajes políticos sin gran trascendencia y programación lúdica de tono bajo. Cómo sería la cosa que las crónicas destacaban como gran atractivo una exposición del "Playmobil comunero", que recreaba la batalla con más de 700 figuras y 2.000 piezas de los famosos juguetes. Al menos aquí no hemos llegado aún a semejante simplificación de los hechos históricos, aunque todo se andará.

La realidad autonómica se viene diluyendo entre las fuerzas secesionistas al este y al norte y las tentaciones recentralizadoras de Madrid. Y los aragoneses deberíamos ir pensando en los riesgos reales que suponen estas tensiones, y actuar en consecuencia. No solo se tergiversa la historia con fines interesados, como acertadamente denuncia el escritor aragonés José Luis Corral en su último libro sobre la Corona de Aragón; se falsifica el presente.

El problema de San Jorge es que la notable indiferencia de los propios aragoneses, como la de los castellanoleoneses, y la intrascendencia de los actos institucionales es percibida tal cual por el resto de españoles. Si ya de por sí, ambas regiones solemos merecer una escasísima atención en la agenda informativa nacional, este año se ha superado cualquiera de los precedentes.

A efectos del resto de españoles la sensación es que el 23-A solo los catalanes celebran el día del Libro, aunque ni guarden fiesta, ocupando un espacio que ese día correspondería por derecho a las cuestiones aragonesas o castellanas. La atención se la llevó Cataluña, en concreto Barcelona, que para algunos debe ser el único sitio de España donde se compran libros por San Jorge. Y eso a pesar de que el hecho más significativo que ocurrió en las Ramblas de la Ciudad Condal este miércoles fue que Belén Esteban inclasificable personaje de la telebasura española, arrasó firmando libros. ¿Será que los catalanes no son tan distintos como algunos se creen? Menos mal, que al torero condenado Ortega Cano le dio por ingresar el día de San Jorge en la cárcel de Zuera. De no ser por él ni un minuto nos hubiéramos llevado los aragoneses en los informativos de las cadenas nacionales de radio o televisión el día grande de nuestra autonomía. Ya puestos, tomémonos lo ocurrido el 23-A con un poco de humor, es casi la única manera de digerirlo.