Un estudio patrocinado por la Fundación de Ayuda contra la Drogadicción (FAD) ha puesto de relieve con toda crudeza la preocupante percepción de la realidad y las mínimas expectativas de futuro de una mayoría de jóvenes españoles. El 90% del millar de personas de entre 18 y 24 años encuestadas para realizar el trabajo entiende que la situación actual es igual o peor de la que esperaba hace unos años, e incluso el 76% opina que seguirá sin cambios o empeorará. Dificultades para la emancipación, absoluta dependencia económica de sus progenitores por falta de empleo o trabajo precario, desaparición de coberturas públicas propias del Estado de Bienestar son amenazas que los jóvenes perciben ya como problemas crónicos ante los que deberán convivir, no sin una importante dosis de resignación. En una suerte de ruptura del contrato social bajo el que se les ha educado, esta generación de españoles nacidos a principios de los 90 vive, como aseguró un responsable de la fundación durante la presentación del trabajo, «una quiebra de confianza en el sistema que les lleva a sentir que las cosas nunca volverán a ser las mismas». Como es lógico, responsabilizan de su desesperanza al Gobierno, a los partidos, a los empresarios, a los banqueros...; es decir, a quienes ocupan la cúspide de ese sistema del que recelan y no toman las decisiones adecuadas para corregir los graves desequilibrios que representa para ellos una sociedad cada vez más dual y polarizada.

Las contundentes conclusiones del estudio contrastan con la tormenta de datos macroeconómicos positivos y con el optimismo con los que desde hace unos meses martillean el Gobierno, los adalides del capitalismo financiero y sus corifeos a una población cada vez más preocupada. Viendo cómo se sienten hoy los jóvenes españoles lo más lógico, y lo más decente, es relativizar tanta euforia por la relajación de la prima de riesgo, por el rally alcista bursátil o por el incipiente crecimiento interanual del PIB, pues los pretendidos efectos revitalizadores de la economía están aún muy lejos de capilarizarse e incluso de ser percibidos como tales por el 99% de la ciudadanía. El mejor ejemplo lo encontramos en los últimos datos sobre el mercado laboral, con una aminoración del paro que guarda más relación con la disminución de la población activa que con la creación neta de empleo. Y eso sin entrar en la calidad de los escasos puestos ofertados, la mayoría de carácter temporal y en condiciones más precarias a unos demandantes cada vez más sobrecualificados.

La falta de trabajo es el elemento de mayor preocupación de los jóvenes, y la causa principal de su evidente desazón, como se constata en el trabajo de la FAD. La mitad de los encuestados por la fundación aceptaría cualquier trabajo, aunque tuviera un sueldo bajo y supusiera un desplazamiento de su residencia. Sin embargo, el Gobierno está fracasando estrepitosamente en su forma de abordar el problema del paro juvenil, y nada ofrece a quienes están dispuestos a casi todo. El Ministerio de Trabajo entiende las políticas sociales y de empleo como una herramienta de control social porque subsidian al parado endémico y olvida que deberían ser una fórmula para insertar a los jóvenes que quieren trabajar y no pueden. Sobran ejemplos de modelos mucho más acertados que el español, como el de la formación dual alemana, del que tanto se habla pero que tan poco se aplica aquí, a pesar de que cambiaría bastante las cosas. A principios del 2013, la UE asignó a España casi un tercio de los 6.000 millones de euros previstos por el Fondo Social Europeo para la creación de empleo juvenil durante este año y el que viene, y sin embargo la cada vez más patética ministra Báñez destinará este año menos fondos a las políticas activas del mercado de trabajo. Ver para creer.

Con esta realidad, será imposible que la percepción juvenil sobre un presente muy duro y un futuro descorazonador se invierta en un breve plazo de tiempo. Y en general que se recupere la confianza por parte del conjunto de la ciudadanía. Desde el estallido de la crisis que hoy ya es cambio de modelo total, se viene produciendo una quiebra estructural de efectos diferidos en el tiempo, que distingue a los ciudadanos a efectos económicos no solo por su renta o por su condición social, sino por su edad. Y esa dualidad generacional es un elemento clave que imposibilita la verdadera recuperación. Si las decisiones económicas o financieras solo dependieran del análisis y la observación de los datos micro o macroeconómicos nos encontraríamos ante otro escenario, pero los expertos vienen recordando que los factores psicológicos están íntimamente interrelacionados con nuestros comportamientos y con nuestras decisiones, como recuerdan en su brillante obra Animal Spirits los premios nobel norteamericanos Akerlof y Shiller. Y solo con propaganda o con música celestial, señor Rajoy, será imposible cambiar realmente la percepción de los jóvenes, y por supuesto la realidad.